Por P. Fernando Pascual
A veces escuchamos esta tesis: con la actual situación, es imposible que un político pueda emprender un programa de mejora ética y social según auténticos criterios de justicia social.
La idea, sin embargo, entraña un error grave: piensa que un político solo puede actuar hacia el bien en situaciones “sanas”, y que no podría lograr nada (o casi nada) en situaciones de grave degeneración institucional o colectiva.
Robert Spaemann señalaba, con agudeza, que lo propio de un buen político consiste, precisamente, en reconocer qué margen de acción tiene ante sí en el momento histórico en el que se encuentra.
Quizá la situación sea casi desesperada. Basta con pensar cómo algunos políticos, con buenas intenciones, piensan que resultaría inútil promover leyes y acciones eficaces para frenar la terrible difusión del aborto (legal e ilegal).
Pero incluso en una situación desesperada, el buen político dialoga con sus colegas, promueve artículos en la prensa, interviene en las universidades, para crear conciencia ante problemas graves y para difundir sanos principios en la vida pública.
No tiene sentido, por lo tanto, decir que “no se puede hacer nada” ante graves injusticias como el aborto, o impuestos excesivos (a veces exigidos por organismos internacionales), o el precio desorbitante de la vivienda.
Los verdaderos políticos sopesan medidas concretas posibles en cada situación, y se ponen a trabajar para alcanzar pequeñas (a veces grandes) conquistas hacia lo mejor.
No siempre lograrán sus objetivos, porque surgen en ocasiones dificultades no previstas o grupos de presión que buscan, a cualquier precio, mantener leyes y sistemas injustos.
Pero incluso cuando fracasan no se desaniman: esos buenos políticos vuelven a su tarea para promover otras mejoras, posibles, que permitan defender los derechos fundamentales de todos, desde los no nacidos hasta los ancianos que necesitan ayuda y un buen sistema sanitario.
Imagen de Avi Chomotovski en Pixabay