Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética para el 21 de enero de 2024
La lección que nos presenta la liturgia de este DOMINGO III del tiempo ordinario es muy simple: si nos convertimos, Dios nos perdona. Convirtámonos para que Dios nos perdone y recibamos la salvación.
Jonás
Les invito a leer en la Escritura el brevísimo libro de Jonás. Allí encontrarán cómo Dios tuvo que enviar dos veces a Jonás para que fuera a Nínive a predicar la conversión.
La primera vez Jonás se embarcó y, en vez de ir a Nínive, «Jonás se puso en marcha para huir a Tarsis, lejos del Señor».
Después de la tempestad, providencialmente, un pez se tragó al profeta y mientras estaba en el interior del cetáceo hizo una simpática oración.
La segunda vez Jonás obedece y predica.
Nínive se convierte y Dios la perdona.
Este simpático libro, que viene a ser una parábola del Espíritu Santo, nos hace ver la bondad de Dios que Jonás expresa con estas palabras para explicar por qué no fue la primera vez:
«¿No lo decía yo, Señor, cuando estaba en mi tierra? Por eso intenté escapar a Tarsis, pues bien sé que eres un Dios bondadoso, compasivo, paciente y misericordioso que te arrepientes del mal».
Es decir, que desconfió de que Dios cumpliera el castigo y Jonás quedara mal.
Este fue el mensaje que repetía Jonás en la ciudad de Nínive:
«Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada».
Todo el pueblo, invitado por el mismo rey, hizo penitencia y Dios los libró del castigo.
Esto que dolió mucho a Jonás se traduce en una humorística discusión entre Dios y el profeta, que les invito a leer.
Salmo 24
Le pedimos al Señor que nos enseñe sus caminos para que no nos desviemos y podamos llegar hasta Él que es nuestro Dios y Salvador:
«El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores. Hace caminar a los humildes con rectitud y enseña el camino a los humildes».
San Pablo
El apóstol Pablo quiere apremiarnos para que transformemos nuestra vida con una verdadera conversión. Por eso nos dice en la Carta a los Corintios:
«El momento es apremiante…. Porque la representación de este mundo se termina». La vida es como una escenificación de teatro que pasa pronto.
El consejo que da Pablo tiene que pensarlo cada uno ante Dios para vivir en el mundo de cara a la eternidad.
La invitación de San Pablo en este día es que mientras hacemos lo que hay que hacer para nuestro bien y el de las personas que dependen de nosotros, demos a nuestra vida una dimensión de eternidad: Hacer todo lo que debemos hacer pensando que cada actividad nuestra debe tener una preparación para llegar un día a los brazos de nuestro Creador.
Verso aleluyático
El verso aleluyático acentúa la parte fundamental del Evangelio del día:
«Está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio».
Evangelio
Resulta interesante que coincide el fin de la predicación de San Juan Bautista, el Precursor, con el comienzo de la predicación de Jesús.
Juan había sellado con su sangre su valiente mensaje y, ahora, Jesús se marcha a Galilea para hacer público el Evangelio de Dios.
San Marcos resume así el anuncio del Señor:
«Se ha cumplido el plazo. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
La enseñanza que Jesús nos deja también a todos nosotros es muy clara: Existe el reino de Dios y, para que se haga realidad entre nosotros, tenemos dos grandes columnas: la conversión y la fe comprometida en el Evangelio.
En ese ambiente, Jesús encuentra junto al lago a Simón y a Andrés que lanzan el copo para pescar. Jesús se dirige a los dos hermanos y les dice: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres».
El seguimiento de ambos fue inmediato.
Poco después, llamó de la misma forma, a Santiago y a Juan que, dejando a su padre con los jornaleros, se fueron con Jesús.
Con esta respuesta generosa los cuatro transforman su vida para dedicarse a vivir y anunciar el Evangelio.
Terminamos pidiendo, con la liturgia:
«Señor, ayúdanos a llevar una vida según tu voluntad para que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto».
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