Por P. Fernando Pascual

Según Aristóteles, un sabio no se entristece cuando se le indica que ha cometido un error, porque al ser corregido experimenta la alegría de acercarse a la verdad.

Sin embargo, en ocasiones nos cuesta reconocer que estábamos equivocados, como si eso fuese una especie de derrota.

Pero si nos damos cuenta de que ser corregidos de un error implica superarlo y avanzar hacia la verdad, entonces seremos capaces de sentir una gran alegría ante quienes nos corrigen.

Como seres humanos, aceptamos miles de ideas, algunas equivocadas, otras dudosas. Algunas no solo son erróneas, sino que llegan a ser dañinas para nosotros mismos (si tomamos malas decisiones) o para otros.

Así, quizá pensábamos que esta pastilla era buena para la salud, cuando nos causaba daño. O que este amigo era sincero, cuando nos engañaba. O que este gobernante iba a promover el bien del Estado, cuando lo estaba arruinando.

Cada vez que superamos errores como estos, el alma se aparta de lo falso, de lo que nos había aprisionado a la mentira, para empezar a ser libres.

Ese era uno de los grandes mensajes de Sócrates: no condescender nunca con la falsedad, para así caminar siempre hacia lo que nos permita conocer la verdad de las cosas.

Ese es también uno de nuestros mayores deseos: abrirnos a verdades que puedan guiar correctamente nuestros pensamientos, palabras y acciones.

Hoy leeré nuevas “noticias”, o escucharé nuevos “datos”, o quizá yo mismo reflexione sobre un tema hasta llegar a ciertas conclusiones.

De nada me sirven noticias, datos o conclusiones que sean falsas. Por eso, será siempre bueno que alguien se acerque, me abra los ojos y me ayuda a ver mi error

Entonces, como enseñaba Aristóteles, sentiré una inmensa gratitud por su corrección, y junto a otros buscaré verdades que guíen mi mente y mis decisiones hacia metas verdaderas y buenas.

Imagen de Pexels en Pixabay


 

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