Por P. Eduardo Hayen Cuarón
Se presentan con el sacerdote un hombre y una mujer para pedir una bendición especial. Están celebrando el aniversario de sus bodas por la Iglesia. Piden al clérigo que ore por ellos y el sacerdote procede a imponerles las manos, al mismo tiempo que reza por la pareja y la bendice junto con sus cuatro hijos. Es una pareja de las muchas que he bendecido durante más de 23 años.
Hay un misterio en esas parejas. No porque oculten algo que los haga sospechosos, sino porque son expresión de «algo» que, a simple vista, no se percibe. Son dos personas con cuerpos distintos y, al mismo tiempo, complementarios. Hay diferencias sexuales en ellos. Hace años sintieron una atracción que, finalmente, los hizo unir sus vidas para formar una sola carne uniéndose en santo matrimonio.
Ese «misterio» que ambos encierran en su matrimonio es el de ser expresión de la comunión de Cristo con su esposa, la Iglesia. Eso lo saben ellos porque son católicos practicantes y tienen conocimientos básicos de lo que significa el matrimonio cristiano. Y desde que fueron naciendo sus hijos intuyeron que aquella expresión corporal y emocional que se conoce como «hacer el amor», era algo todavía más misteriosa: una expresión de la comunión de amor eterno entre las tres divinas Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Sus cuerpos, sobre los que el sacerdote, representante de Cristo, extiende sus manos para orar y trazar la señal de la Cruz, son mucho más que una realidad biológica. Sus cuerpos son teología. En esos cuerpos de hombre y de mujer, atraídos y unidos por el sacramento del matrimonio, está oculta la identidad de lo que ellos son, de lo que Dios es en sí mismo, del significado del amor, del orden de la sociedad y, en último término, del sentido del universo.
Cuando se acerca una pareja a pedirme la bendición siempre tengo la cautela de preguntarles si tienen ellos el sacramento del matrimonio. Si me dicen que no lo tienen, ya sea porque viven en unión libre o porque alguno de ellos estuvo casado, lo cual les impide acceder al sacramento, entonces les explico, de la manera más atenta, que como pareja no pueden ser bendecidos.
Al estar en situación de pecado –fornicación o adulterio– contradicen la realidad teológica de sus cuerpos. Viviendo de esa manera ellos no son expresión del misterio íntimo de Dios ni del orden social. Los bendigo, con mucho gusto y cariño, pero no como pareja sino como personas individuales, para que Dios les conceda gracias de conversión y sus vidas se ordenen al plan divino de reflejar el Misterio nupcial.
«Amor es amor» se dice popularmente, y bajo ese eslogan hoy se quiere legitimar todo tipo de uniones. En un mundo severamente dañado por el pecado, la misión de Jesucristo es restaurar nuestra manera de amar, y el sacerdote es otro Cristo para ayudar a esa misión. En razón del sacramento del Orden, el pastor de almas es solicitado para impartir su divina bendición, la cual es un sacramental de la Iglesia, ordenado para que los bendecidos reciban los sacramentos.
Fiducia Supplicans enseña que los sacerdotes, además de impartir bendiciones litúrgicas, podemos también hacer bendiciones llamadas «pastorales» a parejas en adulterio, unión libre o del mismo sexo. Sin embargo este nuevo tipo de bendiciones no tienen fundamento en la Sagrada Escritura, en la doctrina y la práctica tradicional de la Iglesia. Por eso se ha creado tanta confusión y controversia entre obispos y cardenales y, consecuentemente, en el pueblo cristiano.
Por mi parte, mientras que trataré de tener una mejor comprensión de Fiducia Supplicans, seguiré impartiendo las bendiciones pastorales tradicionales sólo a los matrimonios que son manifestación del Misterio nupcial. Y a los que no lo son, los bendeciré de manera individual y con gusto los acompañaré en su camino de conversión, conversando y orando por ellos de manera privada. Fiducia supplicans invita a actuar con sensibilidad pastoral, poniendo en práctica el discernimiento, y este discernimiento ha sido el mío.
No recuerdo a pareja del mismo sexo alguna que, en mis 23 años de ministerio sacerdotal, me haya pedido una bendición, aunque sí me han solicitado acompañamiento muchas personas con este tipo de atracción. Siempre los he acompañado, los he bendecido, los he invitado a la conversión a través de un encuentro con Jesús y he orado por ellos. He procurado hablarles con la claridad de la doctrina de la Iglesia y a infundirles esperanza en su camino hacia Dios. Ellos también están llamados a expresar, desde su vida cristiana, el Misterio nupcial de Cristo y de la Iglesia.
Por redes sociales me exigía una persona que me declarara cismático y que abriera mi propia iglesia. Absolutamente no. Mi postura no es cismática. ¿Estoy con el papa Francisco? Por supuesto que sí. Es el papa y debemos orar por él. El Santo Padre ha tenido, en sus casi 11 años de pontificado, grandes intuiciones y mucha cercanía pastoral con los pobres y los pequeños. Hoy los pobres y los pequeños, sobre todo del continente africano, se han quedado perplejos por las nuevas bendiciones pastorales y en su discernimiento las han rechazado.
Oremos, más que nunca, para que se mantenga la unidad en la gran familia de la Iglesia y, de esa manera, no distorsionemos el Misterio nupcial que debemos reflejar para el mundo, misterio que comienza con la atracción del hombre y la mujer, y que culminará en las Bodas eternas del Cordero.
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