Por Mauricio Sanders

Si yo tuviera veinte años, al oír que me echan la aburridora de lo importante que es mi participación en las elecciones de 2024, me pondría a mirar el techo mientras pienso: “Desde que nací me llevan diciendo que los políticos mexicanos son una porquería y que la política mexicana es una porquería. ¿Y ahora de repente quieren que me interese? ¿Que me informe? ¿Que vaya a votar? ¿De verdad quieren que me eche un clavado de cabeza en un chiquero lleno de m…?”

Con su masiva indiferencia, los jóvenes demuestran haber aprendido bien la pedagogía cívica y la educación democrática que les inculcamos en casa. A pocos meses de las elecciones, los mayores de treinta años no tenemos otra cosa que hacer que arrepentirnos de corazón y cambiar de actitud, confiando en que será cierto el refrán que dice: “Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra.”

Examen de conciencia sincero

Para empezar a reparar los daños causados por nuestras generalizaciones mentirosas, el 2 de junio habrá que ir a votar sin echarnos incienso por cumplir con nuestro deber. Sin embargo, no bastará con eso para que nos podamos sentir tranquilos. Habrá que hacer un sincero y minucioso examen de conciencia; después, habrá que admitir la naturaleza exacta de nuestras faltas; todavía después, habrá que pedir perdón y hacer penitencia, frase técnica de las ciencias morales que, si bien nos hace sudar frío de miedo, lo único que quiere decir es “aceptar la alegría de intentar vivir con rectitud”.

Para vivir rectamente, podríamos comenzar por suponer, aun a manera de mera hipótesis, que, con ignorancia culpable, hemos permitido que se olvide que economía y política pertenecen al ámbito de la moral: el conocimiento de los hábitos que nos conducen a la plenitud de acuerdo con nuestra naturaleza de animales sociales contingentes y vulnerables. Asimismo, podríamos hacer propósito de enmienda y mordernos la lengua, cada vez que nos veamos tentados a decir: “El presidente es un tarado. Nos gobiernan puros tarados.”

Pedir lo mismo que pido para mí

En vez de ello, podemos tratar de imitar una conducta que parece francamente ñoña y perfectamente inútil. En vez de andar descalificando gente a diestra y siniestra, podríamos callarnos la boca y pronunciar en la mente: “Pido prudencia, justicia y fortaleza para el presidente, el gobernador y el alcalde. Pido para ellos lo mismo que pido para mí.”

La intención de ser rectos puede conducirnos a admitir que los males que vemos en el país son reflejo de nuestra interioridad. Paradójicamente, esa admisión puede ser la grieta por donde penetre el torrente de la salvación, pues, por un reflejo de defensa psicológico, podemos hacer este razonamiento: “Okey, si afuera es como adentro y afuera hay tanto bueno, entonces adentro no está mal de cabo a rabo.”

Transformarse desde dentro

Así, podríamos empezar a estar agradecidos porque, en este país, por misteriosa gracia, abunda el bien en la vida cotidiana. No obstante, hacer inventario de los bienes, sorpresas, dones y regalos también exige disciplina y esfuerzo.

En fin, incluso algo tan mínimo como persuadir a tu hija o tu sobrino de que votar en 2024 y elecciones subsecuentes puede ser una proposición aceptable ante su conciencia exige una tarea hercúlea de transformación interior. Parece más fácil, por pereza, dejarnos caer y hacerlos caer en el pecado imperdonable: creer que ya nos cargó la tiznada. A la desesperanza infinita la religión de los cristianos llama “infierno”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de febrero de 2024 No. 1493

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