Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética 11 de febrero de 2024

En nuestra oración lo más importante es tener fe en la grandeza y poder de Dios y presentarle nuestra limitación y pequeñez. Dios hará maravillas cuando lo crea conveniente su providencia.

Levítico

Muy dura ha sido siempre la enfermedad de la lepra.

Aunque últimamente la medicina ha mejorado, queda en el inconsciente de todos que se trata de una enfermedad dolorosa.

El Levítico enseña cómo se conocía que una persona adolecía de esa enfermedad y la dureza con que se trataba al leproso para evitar el contagio.

Los Santos Padres han comparado la lepra con el pecado y cómo hay que acudir al sacerdote para que, con el sacramento de la reconciliación (confesión), quedemos limpios ante Dios y así recobremos la paz.

Salmo 31

El salmista nos pide que reconozcamos nuestros pecados:

«Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: confesaré al Señor mi culpa y tú perdonaste mi culpa y mi pecado».

Y para que vayamos a purificarnos, nos enseña cómo encontraremos la paz si nos acercamos a Dios para que nos limpie de la culpa:

«Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito».

Estamos seguros de la alegría que nos llenará el alma si vivimos en la amistad de Dios:

«Alegraos, justos, y gozad con el Señor».

San Pablo

A menudo mezclamos mucho las cosas y hacemos difícil el vivir con Cristo.

La clave para esta paz nos la da el apóstol con estas palabras:

«Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios», cumpliendo santa voluntad.

Hay algo muy original que Pablo nos pide que imitemos:

«Procuro contentar a todos no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría para que se salven».

Termina con una valiente invitación que ojalá algún día podamos repetir nosotros con verdad:

«Seguid mi ejemplo como yo sigo el de Cristo».

¡Valiente Pablo!

Verso aleluyático

A veces no damos importancia al hecho de que Jesús, el hombre Dios, está entre nosotros.

La liturgia nos anima a reconocer que «un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo».

Evangelio

No es fácil entender la profundidad de este pasaje de San Marcos.

Un leproso, que debe permanecer lejos y gritar para que la gente se aleje y no se contagie con la lepra, «se acercó a Jesús y se arrodilló ante Él».

Su petición es maravillosa y única. Es una gran lección de fe para nosotros:

«Si quieres puedes limpiarme».

El leproso parte de la seguridad en el poder de Jesús.

Como respuesta el Señor hace algo también prohibido porque para Él todo es posible:

Sintió lástima (era un hombre enfermo que pedía la curación). Extendió la mano y lo tocó… ¡Sí, a un leproso!

La respuesta es única y simple:

«Quiero, queda limpio».

Después le pide que cumpla la ley de Moisés que manda presentarse al sacerdote para que lo declare sano y pueda vivir en sociedad.

Aquel hombre, yo no sé si sabía, pero estoy seguro de que se fue bailando y gritando a todos, al revés de lo que decía antes:

¡Estoy puro! ¡Jesús me ha curado!

Amigo, si estás en pecado, sé valiente, vete al sacerdote de la Iglesia de Jesús y dile sencillamente:

Jesús te dio poder, perdóname en su nombre.

Seguro que saldrás del confesonario bailando.

 
Imagen de congerdesign en Pixabay


 

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