Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

El Papa Francisco con ocasión del 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz (2 de enero de 1873) nos ha ofrecido una Exhortación Apostólica intitulada C’EST LA CONFIANCE, porque son las palabras iniciales de una comunicación de Teresita a Sor María del Sagrado Corazón ( 17 de septiembre e 1896) : ‘C’e la confiance et rien que la confiance qui doit nous condudire à l’Amour’, es decir, ‘La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor’ (1).

‘Estas palabras, -nos dice el Papa, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastaría para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia’ (2).

El aporte específico no es analítico, como el de Santo Tomás de Aquino, sino es la doctora de la síntesis. ‘Su genialidad consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable’ (49). Núcleo luminoso es ‘la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado’ (47), expresión de su amor pleno.

La enseñanza es perenne y viva para otros tiempos y particularmente para el nuestro. Continúa el Papa: ‘En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios interese, Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo.

‘En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testigo de la radicalidad evangélica.

‘En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión.

‘En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez.

‘En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro.

‘En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, primacía absoluta del amor, la confianza y abandono, superando una lógica legalista o eticista…’(52).

Así desde la contemplación de las palabras y de la vida de Santa Teresita, el Papa pone en evidencia nuestros egoísmos justificadores, que no ven más lejos, sino desde el encierro de   la mediocridad más nefasta, oscura y cruel.

Cierto estilo del modo de ser de Jesús, lo descubrimos en Santa Teresita. Ella es una explicación viva de él.

Adentrarnos en la contemplación de la Transfiguración del Señor (cf Mc 9, 2-10), Jesús manifiesta su gloria antes del sacrificio de la Cruz, frente a sus discípulos Pedro, Santiago y Juan. Les enseña el camino para llegar a la gloria que pasa por la Cruz que es el camino escandaloso, pero luminoso; ante la oscuridad que implica necesariamente el abandono confiado y absoluto del Hijo a la voluntad salvífica del Padre. Es el camino que nos abre a la libertad y a la glorificación de la resurrección.

Por eso tenemos que escuchar al Padre que nos dice que es Jesús su ‘Hijo amado ‘al cual hemos igualmente de escuchar y seguirlo; ellos y nosotros en la hora de las tinieblas más densas de grandes confusiones como las de hoy.

El monte Tabor, es una invitación para entrar en la oración, esa que viven los santos, como Santa Teresita, y que es itinerario cuaresmal al Calvario, el monte-altar del sacrificio del amor supremo, para entender con ella ‘que la vocación es el amor’.

Jesús, como con los Apóstoles, como con Teresita, nos tenemos que sumergir en el amor misericordioso y tierno del Padre.

Solo la ‘atracción de Jesús’, nos puede trasformar. Teresita expresa su amor a Jesús con esta palabra ‘Atráeme’: ‘Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti’ (10).

 Sería muy oportuno y provechoso leer esta exhortación del Papa Francisco sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios, en un ambiente de Tabor, de oración, de silencio contemplativo para escuchar al Hijo Jesús, la Palabra,  con la voz y los acentos de profunda interioridad de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz.

 

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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