Por P. Fernando Pascual

Era una petición insistente. El padre abad la había escuchado varias veces: las homilías tienen que enseñar la fe, tienen que ser una ayuda para la catequesis.

Empezó a preguntarse cómo se podría llevar a la práctica esta idea, pues no parecía fácil encontrar un modo adecuado para incluir en las homilías una buena catequesis.

No parecía fácil porque las personas pueden tener diversas ideas sobre la homilía, o están cansadas durante la misa, o creen que ya lo saben todo porque fueron de niños o de adolescentes al catecismo.

Pero había que madurar bien la idea porque realmente muchas personas no conocen de verdad su fe y tienen dudas sobre ella.

Se trataba de algo sencillo: lograr que las homilías fuesen realmente un momento de formación al mismo tiempo que un momento de meditación sobre la Palabra de Dios.

Es verdad que existe el Catecismo de la Iglesia Católica y que se puede leer fácilmente.

Pero también es verdad que muchas personas no tienen tiempo (o no lo buscan) para su formación como creyentes. Por eso necesitan homilías que sean una buena catequesis.

El padre abad fue a la capilla y empezó hablar con el Señor, para recibir algo de luz sobre esta propuesta. Y lo mejor era contemplar a Jesucristo en el tabernáculo para recibir fuerzas y buenos consejos.

“Jesús, ayúdame a ser un buen pastor de tu Iglesia y a enseñar tu mensaje en las homilías según la tradición de los concilios y de los Santos Padres.

De este modo, el pueblo al que me has enviado profundizará en su fe, crecerá en la caridad y aumentará su esperanza.

Jesús, ayúdame a ser un buen ministro del Evangelio, a transmitirlo de modo convencido y adecuado, para que más personas conozcan el don de la fe y puedan vivir como miembros activos de tu Iglesia. Amén”.

 

Imagen de Amor Santo en Cathopic


 

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