Por P. Fernando Pascual

Diversos autores han observado cómo en todos los pueblos y en todas las épocas encontramos una fuerte condena contra la pereza.

Esta condena universal puede explicarse, inicialmente, por el hecho de que el perezoso no colabora ni ayuda a los otros, ni siquiera en las tareas básicas de la familia o del mundo del trabajo.

Pero puede encontrarse una raíz más profunda: descubrir en la pereza una especie de enfermedad interior que afecta al núcleo más propio del ser humano, que consiste en promover acciones orientadas al bien.

Porque esa es la característica de la pereza: paralizar a la persona, por miedo al esfuerzo, o por egoísmo, o para evitarse sufrimientos difíciles, cuando todos estamos llamados a “invertir” nuestras vidas en acciones buenas.

Por desgracia, la condena universal contra la pereza no impide que existan personas que sucumben a este vicio. Incluso hemos de reconocer que nosotros mismos nos vemos afectados por formas de pereza temporal o selectiva.

La pereza temporal se produce cuando en determinados momentos, a veces con motivos más o menos justificados, el cansancio afecta a la persona hasta llevarla a eludir esfuerzos necesarios para la vida cotidiana.

La pereza selectiva surge ante tareas poco atrayentes, o que vemos difíciles, o que consideramos como “peligrosas” por los sufrimientos que pueden provocar.

En numerosos casos de enfermedades físicas o mentales no existe una auténtica pereza, porque la persona queda “encadenada” por factores que no puede controlar y que merecen ser atendidos desde el punto de vista médico.

Fuera de esos casos, la pereza ha de ser combatida con paciencia, energía, incluso con valor, de forma que podamos emprender tareas útiles para uno mismo y para los demás.

La vida es demasiado breve para perderla por culpa de una pereza dañina. Necesitamos encender los corazones, desde el amor y para el amor, de forma que venzamos cualquier tentación de pereza.

Contamos, sobre todo, con la ayuda de Dios, que inspira buenas acciones, que fortalece voluntades, y que nos infunde esa esperanza que vence perezas y que permite emplear mente, corazón y manos en tantas tareas buenas que tenemos ante nuestros ojos.

 
Imagen de Tumisu en Pixabay


 

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