Por Rebeca Reynaud

En una conferencia a catequistas, el Cardenal Ratzinger, sintetizando, decía: Evangelizar es enseñar el arte de vivir (…) La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia…, todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero este arte no es objeto de la ciencia: sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona (10 de diciembre de 2000).

Hay que tratar de ser un catecismo vivo, es decir, un resumen claro, y asequible, de la doctrina cristiana, pues no basta saber cosas, hay vivir lo que se enseña. Los grandes catequizadores han sido los santos.

El crecimiento espiritual debe ser la prioridad. Hemos de ser hijos convertidos, convencidos, viviendo en fe y fraternidad. Porque hay una relación estrecha entre verdad y vida (si no vives como piensas al rato piensas como vives: aburguesado), entre doctrina y piedad. Quien conoce las verdades de la fe en profundidad tiene más facilidad para hacer oración. Ayer, hoy y siempre, la ignorancia religiosa es el mayor enemigo de Dios. Entre más conocemos a Dios más lo podemos amar y mientras más lo amamos más deseos tenemos de conocerlo. Hay una relación también entre formación y apostolado.

Afán de saber más para servir mejor

Al dar la formación hay que ir uno por uno, importa la persona. Cada católico practicante debería tener un ejemplar del Catecismo de la Iglesia Católica para conocer a fondo el Credo, los Sacramentos y los Mandamientos. Es el tesoro que nos legaron San Juan Pablo II y Benedicto XVI.

La participación de los fieles en el proceso de su propia formación es eminentemente activa: se incentiva su espíritu de iniciativa y su espontaneidad, a cuyo ejercicio se da un oportuno espacio. Hay que tener constancia en el estudio y en las lecturas.

El fin de la formación doctrinal es proporcionar un conocimiento profundo de la Revelación cristiana y de las verdades con ella relacionadas, de modo que sea alimento de su vida espiritual y nos haga capaces de realizar un apostolado entre personas de cualquier condición, contribuyendo así a impregnar toda la cultura humana con el espíritu del Evangelio.

La formación espiritual, la formación apostólica y la formación profesional necesitan el fundamento de la formación doctrinal. Es necesario conocer a fondo la doctrina cristiana. La falta de doctrina tiene una gran repercusión. Influye en el modo de tratarse uno mismo y de tratar a los demás, en el trabajo profesional, en el modo de elaborar leyes, en el noviazgo y en la vida matrimonial, en lo que se elige para entretenerse y en el modo de divertirse. Hoy, la gente joven no se sabe divertir. No tienen inventiva, sólo se les ocurre acudir al alcohol, a la droga o practicar deportes extremos.

Todos queremos ser felices, Aristóteles dice que “la verdadera felicidad consiste en hacer el bien”, y el mejor bien es conocer lo que Jesús nos legó: el depósito de la fe.

En la vida cristiana, la fe proporciona sobre todo un pleno conocimiento de la voluntad de Dos, de modo que se siga una conducta digna de Dios, agradándole en todo, produciendo frutos de toda especie de obras buenas y adelantando en conocimiento de Dios (cfr. Gaudium et spes, n. 11)

De la Revelación Benedicto XVI dijo en un Angelus: “Si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador”.

Jesús dedicó mucho tiempo a enseñar a los apóstoles porque su seguimiento requería el conocimiento de su doctrina. ¿Y en dónde encuentro la Doctrina? Entre otros lugares en la versión oficial del Catecismo de la Iglesia Católica.

Impartir cultura religiosa: Juan Pablo II nos dejó escrito: Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo “hablar” de Cristo, sino en cierto modo hacérselos “ver” (Novo Milenio Ineunte, n.16).

Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia. Ilusionarse, estudiar constantemente, pedir consejo sobre libros para tener un plan de formación intelectual y doctrinal. Por otro lado hay que tomar en cuenta que hoy, se comprenden mejor las historias que los conceptos

La Historia de la salvación se cumple “creyendo contra toda esperanza” (Rom 4,18).

 

Imagen de Peter H en Pixabay


 

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