Por P. Fernando Pascual

La Iglesia católica fue fundada por Cristo. Cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. Camina en la historia gracias a la fidelidad de los pastores y de los fieles.

Al mismo tiempo, la Iglesia católica está constituida por hombres, con todas sus cualidades y con todos sus defectos.

Hay momentos en los que esos hombres, fieles bautizados, sacerdotes, e incluso obispos, aceptan ideas y comportamientos contrarios a la fe y a las sanas costumbres.

Ello ocurre no solo cuando uno comete el pecado, pues casi todos los bautizados podemos fallar al amor y cometer actos que ofenden a Dios y al prójimo.

Ocurre, sobre todo, cuando se busca justificar el pecado y el error, cuando se presenta lo malo como bueno, cuando se promueven ideas y actuaciones que van contra el Evangelio.

Ya en los primeros siglos cristianos hubo quienes se apartaron del buen camino y empezaron a enseñar “vanas doctrinas” (cf. Ef 5,6), a sembrar confusión entre los católicos.

Cristo enseñó que, junto al trigo, crece también la zizaña (cf. Mt 13,24-30). También explicó que en el Reino de los cielos se juntan, como en la red del pescador, los buenos y los malos (cf. Mt 13,47-50).

Pero las infidelidades y los errores de tantos bautizados, del pasado y del presente, provocan momentos de confusión y dudas en muchos creyentes.

Nos causa dolor constatar cómo, en momentos de confusión, no todos reaccionan de modo adecuado. Incluso hay pastores que, como perros mudos, no advierten a los bautizados de los errores que se difunden (cf. Is 56,10).

Vale la pena, cuando reaparecen errores del pasado o se difunden errores nuevos, recordar lo que explicaba el Papa san Gregorio Magno en su Regla Pastoral sobre el peligro de no advertir a los fieles ante los peligros:

“Por eso el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, en el día del Señor” (Regla pastoral de san Gregorio Magno, papa, Libro 2, 4: PL 77, 30-31).

Ante los momentos de confusión, lo importante es no desfallecer, sino confiar en Cristo y su Palabra, y vigilar para no acoger nada que vaya contra la sana doctrina.

Cuando encontremos un error, podemos responder con nuestro amor a la Verdad, adheridos a las enseñanzas de la Iglesia, sobre todo en los concilios dogmáticos de su larga historia; y ayudados por tantos santos pastores y laicos que saben mantenerse firmes en la fe y gozosos en la esperanza (cf. Col 1,23; 1Cor 16,13; Heb 13,7).

Imagen de Peter H en Pixabay


 

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