Por P. Alejandro Cortés González-Báez

Por correo electrónico me enviaron el siguiente relato: Había un niño pequeño llamado Pedro. Estaba pasando unos días de visita en la granja de sus abuelos. El pequeño tenía una resortera y solía ir al bosque de cacería, pero nunca pudo matar ningún animal. Un poco desilusionado regresó a casa, ya estaba cerca cuando vio al pato consentido de su abuela, y sin poder contenerse, le tiró y lo mató.

Triste y espantado, para evitar las consecuencias, escondió el cadáver del pato en el bosque. Pero su hermana Lucrecia se dio cuenta del suceso, sin embargo, astutamente, guardó silencio. Ese día después de comer la abuela le dijo: Lucrecia, acompáñame a lavar los platos. Pero Lucrecia le dijo: Abuela: Pedrito me dijo que hoy quería ayudarte en la cocina, ¿no es cierto Pedrito? Y le susurró al oído: ¡Acuérdate del pato! Entonces, sin decir nada, Pedrito se fue a lavar los platos.

En otra ocasión el abuelo preguntó a los niños si querían ir de pesca, y la abuela dijo: Lo siento, pero Lucrecia debe ayudarme a preparar la comida. Otra vez Lucrecia afirmó: Yo sí puedo ir porque Pedrito me dijo que a él le gustaría ayudar en la cocina. Nuevamente le susurró al oído: Pedrito: ¡acuérdate del pato! Así pues, Lucrecia fue a pescar y Pedrito se quedó en la casa.

El asunto siguió por el mismo camino de forma que Pedrito, además de hacer sus tareas, tenía que hacer las de su hermana. Un buen día Pedrito ya no pudo más. Fue con su abuela y confesó que él había matado al pato. Ella se agachó, le dio un abrazo diciéndole: Amorcito, yo ya lo sabía. Estaba junto a la ventana cuando lo hiciste y lo vi todo, pero porque te amo te perdoné. Lo que me preguntaba era: ¿hasta cuándo permitirías que Lucrecia te siga teniendo cautivo? El relato termina con la siguiente pregunta: ¿Hasta cuándo permitirás que tus pecados sin confesar te mantengan esclavo?

Esta historieta nos mete de lleno en el tema de la penitencia, asunto siempre válido. Por la fe sabemos que Dios tiene dos tribunales: El de la Misericordia en la confesión, y el de la Justicia cuando morimos, y en éste se define nuestro destino eterno de salvación o condenación. En términos comerciales sería una tontería esperar a que nos embarguen la felicidad eterna por no procurar la dispensa usando de un trámite bastante simple, aunque en ocasiones pueda resultar vergonzoso.

Cuando estudiaba en la secundaria, un profesor se burlaba de la religión diciendo que la justicia humana sólo puede castigarnos cuando cometemos delitos, en cambio Dios nos castiga, incluso, por sólo pensar en ellos. Sin embargo, aquel maestro no consideraba que en los tribunales humanos se nos castiga al confesar la culpa, y en el tribunal de la confesión se nos perdona.

Está claro que estas ideas no resultan convincentes para quienes se han olvidado de Dios y, por lo tanto, el pecado pertenece al mundo de la fantasía. Me resulta incomprensible que tanta gente pueda vivir tranquila prescindiendo de Dios.

www.padrealejandro.org

 
Imagen de SP2Zsolt en Pixabay


 

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