Por Mauricio Sanders

Manuel Gómez Morín (1897-1972) fue una extraña mezcla de político, tecnócrata, intelectual, apóstol quijotesco y católico moderno. Fue también un hombre culto: especie que ahora está en peligro de extinción.

Desde niño, el gusto por leer echó raíz en Gómez Morín, no como pasatiempo, sino como actividad de alto riesgo. Tolstoi, Gorki y Dostoievski fueron compañeros de su juventud.

En los 12 mil volúmenes de su biblioteca personal (a resguardo del ITAM) está el itinerario de su mente y su alma. Ahí, dejó subrayados y anotados trescientos títulos, que muestran la diversidad de autores, temas y lenguas que le interesaban. En una libretita, con letra menuda y tinta negra, escribía síntesis de sus lecturas.

POR LAS IDEAS DE SU TIEMPO

Suscrito al Times Literary Supplement, solicitaba novedades europeas. Leía a Maritain, Chesterton o Maurois, escritores cristianos del siglo XX, pero también a Henri Bergson, cuyos libros estuvieron en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia. Tenía en alta estima el Leisure de Huizinga, libro central para los hombres de acción, porque la actividad fecunda surge del ocio, no del multitasking. De Charles Péguy y Paul Claudel absorbió este principio de vida: “Lo espiritual descansa en la tienda de campaña de lo temporal”.

José Ortega y Gasset le dio una concepción del intelectual en política y sociedad. Le inspiró el jurista Léon Duguit, quien daba relevancia especial a los fundamentos sociales del derecho, en contraposición del liberalismo individualista. Entre sus lecturas mexicanas están Justo Sierra, José Vasconcelos y Ezequiel A. Chávez.

HOMBRE DE PALABRA Y DE ACCIÓN

A pesar de ser un lector dedicado, Gómez Morín nunca creyó en el poder de su propia escritura. Cientos de artículos suyos quedaron sueltos en páginas de periódicos y revistas. En su juventud publicó un par de libritos y ya. El resto de sus palabras quedaron plasmadas en contratos, memorandos e iniciativas de ley. Alguien más recogió sus discursos.

Manuel Gómez Morín formó parte de la generación de los Siete Sabios, que nació a la vida pública en la tolvanera de la Revolución. Siendo muy joven, se desempeñó como subsecretario de Hacienda. En el papel de eminencia gris, fue agente financiero del gobierno mexicano en Nueva York.

En 1922, Vasconcelos le encargó la dirección de la Escuela de Jurisprudencia que, durante su gestión, se convirtió en Facultad de Derecho. Fungió como rector de la UNAM en tiempos adversos para la libertad de cátedra, periodo en el que, sin embargo, actuó con firmeza y mesura.

Manuel Gómez Morín tiene calle y monumento. Pero el mejor homenaje que los mexicanos le podemos rendir es conocer su vida y seguir su ejemplo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de febrero de 2024 No. 1494

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