Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

A una de esas parejas eternizadas en el noviazgo al que dicen sí, mientras al matrimonio dicen no, preguntó un amigo deseoso de conocer fechas: ¿Cuándo se casan ustedes? El novio, muy fresco, contestó: Un día de estos. Y la novia, muy evasiva: A ver cuándo.

La respuesta intemporal de la pareja es uno de los mil y un ejemplos con que los mexicanos, todos, preferimos la dulce vaguedad a la precisión de tiempos y lugares. Somos amigos del reloj sin manecillas y de la brújula vuelta loca. Por eso usamos los adverbios de lugar y de tiempo mucho más que todos los otros adverbios juntos; porque los de lugar y tiempo tienen la ventaja de no precisar tiempos ni lugares, con perdón sea dicho de nuestro insigne gramático don Rafael Ángel de la Peña.

¿Recuerdan ustedes algunos adverbios de lugar? Aquí, ahí, allá, acá, lejos, cerca. Ninguno de ellos es exacto, sino aproximado. Ninguno definido, sino incierto. Pues a usarlos alegremente para no comprometernos a nada.

-¿Dónde está el gerente, el jefe de oficina, el marido que no aparece? Al apremio de la pregunta, nos contestan con un inconcreto: Anda por ahí, Aquí estaba hace un rato, Por ahí debe andar, Parece que allá viene, Por ahí ha de estar su expediente, Ahí no más fue el señor (¿Por dónde es ahí?) Perdone usted, ¿dónde queda este domicilio, esta colonia, este hospital? Nosotros necesitamos señas exactas para no perdernos, pero nos responden con adverbios de la más redonda inexactitud: No está lejos, Queda cerquita, Se va usted todo derecho, Vive a la vueltecita, Está muy lejos. Es típica la respuesta del campesino si indagamos por una brecha, un pueblo, un sembradío: Queda ahí tras la lomita. (Ay, la lomita es una sierra madre que azulea en el infinito).

Vayamos ahora a los idolatrados adverbios de tiempo: después, luego, ya, ahora, mañana, temprano, tarde.

-Ahorita vengo, la frase ritual para escaparse uno de casa y regresar cuando le dé la gana, como que no se fijan límites de propósito. Ahorita vengo, avisó el marido a su esposa y lleva tres años esperándolo. Después vengo, Al rato nos vemos, Ya no tarda (la frase ritual de las secretarias para consuelo de clientelas impacientes), Ya mero está, Luego nos vemos, Yo te hablo por teléfono después, Nos vemos temprano, No llegues noche, Mañana está resuelto su asunto, “para lo mismo responder mañana”, como diría Lope de Vega.

-A ver qué día vienes a comer a casa. (Son ganas de no invitar, porque no te precisan siglo, años, mes, día ni hora).

A lo que el inocente invitado responde por las mismas:

-A ver cuándo. (No, señor, no desaproveche usted la invitación. Conteste a su amigo y dígale que va a comer el próximo martes a las 2 p.m.) así se le quitará la costumbre de invitar de dientes para afuera.

Y así se pasa la vida y así se llega la muerte del mexicano. Entre relojes sin manecillas y calendarios sin hojas. A ver si hoy, a ver si mañana. A ver cuándo.

*Publicado en El Sol de México, 15 de noviembre de 1990; El Sol de San Luis, 24 de noviembre de 1990.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de febrero de 2024 No. 1494

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