Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Hay dos clases de ciegos: los ciegos de nacimiento y los ciegos voluntarios. Aquellos no pueden ver y estos no quieren ver. Tal es la tragedia de los analfabetos que no han aprendido a leer o que, habiendo aprendido, no leen cosa que valga la pena para su cultura, deleite y formación.

El libro va siendo, cada vez más, el gran ausente que no interesa a los mexicanos. ¿Pruebas? En México se lee medio libro por cabeza al año, cuando la UNESCO recomienda un mínimo de cuatro para que un país pueda llamarse alfabetizado y culto. Pero ya sabemos cómo estos promedios son mentiras científicas; sucede que un mínimo de mexicanos pueden leer hasta 30 libros al año, mientras la gran mayoría no lee ni un libro en diez años. En Japón hay 7.6 libros por habitante. La enorme diferencia.

Esto explica, por añadidura, que la industria editorial ocupe un modesto lugar entre las manufacturas del país. Aquí se publican al día 18 (sí, diez y ocho) novedades, mientras en Italia aparecen 130.

Si hace dos años había cerca de 600 librerías, hoy son menos de 500. Los libreros alegan que vender libros no es un buen negocio, salvo que venden libros con material didáctico. Conocí una librería en ciudad fronteriza que vendía libros y coronas de papel negro para difuntos. Hay mexicanos que jamás en su vida han entrado a una librería o lo hacen una vez al año para comprar los libros de texto del nuevo ciclo escolar.

Desde que un libro nace hasta que llega a manos del lector se han ido suscitando numerosos gastos: la inversión del editor para imprimirlo, el porcentaje del distribuidor y la ganancia del librero. Muchas veces, el libro cuesta lo que vale; pero resulta caro, si no prohibitivo, para una muchedumbre de posibles lectores. Un solo libro puede representar el salario mínimo de un día de un obrero. Pues a comer sopa de letras.

Si el mexicano no lee, es porque le falta el hábito de la lectura. Esta es la verdadera razón de nuestra ceguera voluntaria y colectiva y esta la raíz de nuestra desnutrición cultural. Sin libros falta la luz a la mente y el alimento al espíritu.

Ni en la casa, ni en la escuela —llámese jardín de niños o facultad universitaria—, nos infunden el gusto, la necesidad y el hábito de la lectura.

Artículo publicado en El Sol de San Luis, 4 de septiembre de 1993.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de abril de 2023 No. 1448

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