Por Rebeca Reynaud

La formación espiritual ha de ocupar “un puesto privilegiado en la vida de cada uno, llamado como está a crecer ininterrumpidamente en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la Voluntad del Padre, en la entrega a los hermanos en la caridad y la justicia” (Juan Pablo II, Ex. Ap. Christifideles laici, n. 60).

“En la liturgia eucarística se juega el destino de la humanidad”, afirma Joseph Ratzinger. Desde allí las personas encuentran a Jesús y a la Virgen, aumentan su capacidad de oración y de ayuda a los demás, se hace una continua comunicación con el Padre celestial, se toma conciencia de la providencia.

La liturgia es la celebración de la fe. Es la acción más noble que la Iglesia puede celebrar. No es tema sólo de clérigos, sino que también es propia de los laicos. La liturgia es la realidad misma de los sacramentos en cuanto vividos y celebrados por la comunidad.

En la sagrada liturgia de la Iglesia se realiza la obra de nuestra Redención. La Santa Misa es la donación de la Santísima Trinidad a la Iglesia.

El mensaje cristiano es performativo, es decir; el Evangelio y la liturgia que lo trae a nuestra existencia no es solamente una comunicación de realidades que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y que cambia la vida (como el “sí” en una boda, cambia la vida de los contrayentes).

La liturgia de la Palabra

Toda la Historia de la Salvación, y la liturgia que la hace presente, está caracterizada por la iniciativa de Dios que nos convoca y espera de cada uno de nosotros una respuesta actual, con un amor que luego informe toda la jornada, con ánimo de que el Sacrificio del altar se prolongue a lo largo de las 24 horas.

La celebración de la Palabra en la Santa Misa es un verdadero diálogo. Es Dios que habla a su pueblo y éste hace suya esta palabra divina, por medio del silencio y del canto; se adhiere a este anuncio profesando su fe en el Credo, y lleno de confianza acude con sus peticiones al Señor.

Es recomendable llevar a la oración las palabras de la Misa del día y escuchar las palabras de las lecturas como dichas para uno mismo, es decir, como si San Pablo me hubiera escrito esa Carta a mí porque así las saboreamos, ponemos más atención y la meditamos con más unción.

La liturgia eucarística

En esta parte de la Misa, el sacerdote no se dirige principalmente a los fieles reunidos, sino hacia Dios por medio de Jesucristo. Pueblo y sacerdote rezan hacia el único Señor. Por tanto, en la oración miran en la misma dirección, hacia una imagen de Cristo, hacia una cruz o simplemente hacia el cielo. Es una adoración común.

En el Sacrificio del altar son necesarias la obediencia y la piedad, enseñaba Javier Echeverría. La obediencia en las palabras, los gestos, los ritos, las disposiciones litúrgicas y las rúbricas, para poner el alma en consonancia con la voz.

Benedicto XVI dice: la liturgia nos da las palabras; nosotros debemos entrar en esas palabras (…). Nosotros mismos debemos interiorizar la estructura, las palabras de la liturgia, la palabra de Dios. Así nuestro celebrar es realmente celebrar “con” la Iglesia (Encuentro con sacerdotes, 31-VIII-2006).

La piedad es necesaria ya que, para quien ama, las pequeñeces cuentan, el que ama no pierde un detalle.

Lo más importante en la celebración es la actitud interior. El sacerdote que preside la celebración es signo y sacramento de Jesucristo. La Liturgia de la palabra es un diálogo entre Dios y su pueblo.

La liturgia es la fuente y el culmen de la vida de la Iglesia. La fe crece si la celebro. Muchas personas empiezan a perder la fe porque dejan de asistir a Misa. La fe necesita ser celebrada porque es el ambiente propicio para que Dios la haga crecer.

La Constitución Dogmática Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II dice que la Liturgia es el culto que Jesucristo dirige al Padre mostrándole cómo él ha cumplido perfectamente su Voluntad. Lo que nos hace llegar al Cielo es lo que hace la Misa en nosotros. En la Misa se une la liturgia de la tierra a la liturgia del Cielo. La liturgia en la tierra, a través de la presencia de un sacerdote, se une a Jesús que ejerce su sacerdocio. El oficio sacerdotal es ofrecerse al Padre. La Iglesia anuncia la salvación y realiza la salvación.

 
Imagen de Geraldine Dukes en Pixabay


 

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