El Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en la conferencia «Hombre-Mujer Imagen de Dios. Por una antropología de las vocaciones», promovida por el Centro de Investigación y Antropología de las Vocaciones. Debido a un resfriado, pide a su colaborador monseñor Ciampanelli que lea el texto preparado, pero en un breve saludo vuelve a estigmatizar la ideología de género: «Borrar la diferencia es borrar la humanidad».
Por Salvatore Cernuzio – Vatican News
La ha condenado en numerosas ocasiones, definiéndola «colonización ideológica», «expresión de frustración y resignación» o «muy peligrosa», como hizo la última vez en su discurso de principios de año al Cuerpo Diplomático. Hoy el Papa Francisco ha vuelto a condenar el gender, anunciando que había «pedido que se hagan estudios sobre esta fea ideología de nuestro tiempo» que «anula las diferencias y hace que todo sea igual».
Borrar la diferencia es borrar la humanidad
El Papa Francisco recibió en el Vaticano a los participantes en la conferencia Hombre-Mujer Imagen de Dios. Por una antropología de las vocaciones, una cita organizada por el Centre de Recerche et d’Anthropologie des Vocations (CRAV) y dirigida por el cardenal Marc Ouellet, Prefecto emérito del Dicasterio para los Obispos, que tiene lugar en el Vaticano hoy y mañana, 1 y 2 de marzo, y reúne a diversos estudiosos, filósofos, teólogos, pedagogos para reflexionar sobre la antropología cristiana, el pluralismo, el diálogo entre culturas, el futuro del cristianismo.
A causa del resfriado que le afecta desde hace días, como en la audiencia general del miércoles, el Papa hizo leer el texto preparado a su colaborador monseñor Filippo Ciampanelli: «Pido leer, para no fatigarme tanto; todavía estoy resfriado y me cansa leer durante un buen rato», explica. Antes, sin embargo, Francisco quiso dirigir unas palabras a los presentes para subrayar la importancia del encuentro entre hombres y mujeres, «porque hoy -dice- el peligro más feo es la ideología de género, que anula las diferencias».
Pedí estudios sobre esta fea ideología de nuestro tiempo, que borra las diferencias y hace que todo sea igual; borrar la diferencia es borrar la humanidad. El hombre y la mujer, en cambio, se mantienen en fecunda «tensión».
Ya en junio de 2019, la entonces Congregación para la Educación Católica publicó un documento titulado «Varón y mujer los creó. Para una vía de diálogo sobre la cuestión del gender en la educación», una herramienta útil para abordar el debate sobre la sexualidad humana y los desafíos que emergen del actual momento de emergencia educativa. Hoy Francisco explica que la reflexión sobre este tema continúa.
Como en otras ocasiones -empezando por su viaje de regreso de Filipinas, cuando los periodistas en el avión le pidieron que explicara mejor el entonces recién nacido concepto de «colonización ideológica» evocado durante el encuentro con las familias en Manila- Jorge Mario Bergoglio sugirió la lectura de la novela El Señor del Mundo escrita en 1907, en Londres, por Robert Hugh Benson. Una obra distópica que describe las derivas provenientes de la homologación.
Recuerdo haber leído una novela de principios del siglo XX, escrita por el hijo del arzobispo de Canterbury: «The Lord of the World». La novela habla de lo futurista y es profética, porque muestra esta tendencia a borrar todas las diferencias. Es interesante leerla, si se tiene tiempo, porque ahí están estos problemas de hoy. Aquel hombre era un profeta.
En el texto entregado, Francisco se detiene en cambio en la importancia de iniciar, a nivel académico, una reflexión sobre las vocaciones en la Iglesia y en la sociedad, valorizando su dimensión antropológica y partiendo de la «verdad elemental y fundamental» de que «la vida del ser humano es una vocación».
Cada uno de nosotros, tanto en las grandes opciones que afectan a un estado de vida, como en las múltiples ocasiones y situaciones en las que se encarnan y toman forma, se descubre y se expresa como llamado, como llamada, como persona que se realiza en la escucha y en la respuesta, compartiendo su ser y sus dones con los demás para el bien común.
Es un descubrimiento que «nos saca del aislamiento de un yo autorreferencial y nos hace mirarnos como una identidad en relación: existo y vivo en relación con quien me ha generado, con la realidad que me trasciende, con los demás y con el mundo que me rodea, respecto al cual estoy llamado a abrazar con alegría y responsabilidad una misión específica y personal», subrayó el Pontífice.
En el contexto cultural actual, a veces se tiende a olvidar u oscurecer esta realidad, con el riesgo de reducir al ser humano únicamente a sus necesidades materiales o exigencias primarias, como si fuera un objeto sin conciencia ni voluntad, simplemente arrastrado por la vida como parte de un engranaje mecánico.
El Papa recomendó no sofocar la «sana tensión interior», es decir, la llamada «a la felicidad, a la plenitud de la vida, a algo grande a lo que Dios nos ha destinado».
La vida de cada uno de nosotros, sin excluir a nadie, no es un accidente del camino; nuestro estar en el mundo no es un mero fruto del azar, sino que formamos parte de un plan de amor y estamos invitados a salir de nosotros mismos y realizarlo, para nosotros y para los demás.
Cada uno de nosotros tiene, pues, una misión, es decir, «estamos llamados a ofrecer nuestra contribución para mejorar el mundo y modelar la sociedad». «No se trata de una tarea externa confiada a nuestra vida, sino de una dimensión que implica nuestra propia naturaleza, la estructura de nuestro ser hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios». Por ello, el Papa animó a realizar investigaciones, estudios y espacios de debate sobre las vocaciones, los distintos estados de vida y la multiplicidad de carismas: «Son útiles también para interrogarnos sobre los desafíos de hoy, sobre la crisis antropológica en curso y sobre la necesaria promoción de las vocaciones humanas y cristianas», remarcó.
También es importante, añadió, que «se desarrolle una circularidad cada vez más eficaz entre las distintas vocaciones, para que las obras que brotan del estado de vida laical al servicio de la sociedad y de la Iglesia, junto con el don del ministerio ordenado y de la vida consagrada, puedan contribuir a generar esperanza en un mundo sobre el que se ciernen pesadas experiencias de muerte».