Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética para el 17 de marzo de 2024
Es impresionante meditar cómo Dios no abandonó nunca a su pueblo, pero el pueblo, aunque prometió fidelidad, continuamente falló a Dios.
Esto nos pasa fácilmente a nosotros: prometemos tanto a Dios y, sin embargo, caemos en la infidelidad.
Jeremías
Habla de una nueva alianza de Dios con Israel que «quebrantaste mi alianza», a pesar de tantos prodigios del Señor.
La nueva alianza de Dios es: «Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo».
Llegará un momento en que nadie tendrá que enseñar a otro porque «todos me conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados».
Todo esto es muy bello, pero no olvidemos que tenemos una libertad que Dios respeta.
Este tesoro (la libertad) puede poner en peligro las maravillas de Dios en cada uno de nosotros.
Salmo 50
Qué bueno es repetir este salmo, sobre todo durante la cuaresma, y meditarlo para prepararnos a hacer una buena confesión para comulgar con amor nuevo en la «pascua florida»:
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado».
Carta a los hebreos
Nos lleva al huerto de los olivos y nos presenta a Jesús que «a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte».
Pidió por todos y así se convirtió en el Salvador de todos los hombres por su sometimiento a la voluntad del Padre.
Así «se ha convertido para los que le obedecen en autor de salvación eterna».
Aprendamos a obedecer al Padre, como hizo y nos enseñó Jesús, y esa obediencia será nuestra salvación.
Aclamación
Jesús vino a servir y no a ser servido. Por eso nos enseña: «El que quiera servirme que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor».
El servicio fue la característica de Jesús y lo mismo pide a los que le seguimos, porque el amor de Dios se traduce en servicio al prójimo.
Evangelio
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere se queda infecundo, pero si muere da mucho fruto».
La muerte para nosotros es ir matando el amor propio y dedicarnos a servir al prójimo imitando a Jesús, que sirvió hasta la muerte en cruz. Este es el servicio más grande que nos ha salvado a todos.
Suele decirse que, en este párrafo de San Juan, el evangelista nos presenta, de alguna manera, la oración del huerto:
«Ahora mi alma está agitada, ¿y qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si para esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre».
La voz del Padre Dios dice: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».
La gente no entendió y Jesús termina aclarando que el Padre lo glorificará cuando sea crucificado y entonces: «atraeré a todos hacia mí».
Se acerca la Pascua de Jesús, acerquémonos también nosotros a Él para glorificarlo porque en su muerte está nuestra salvación.
Invocar a san José
Aprovechemos para invocar a San José, Patrono de la Iglesia universal, cuya solemnidad celebraremos el próximo martes 19:
+ Padre amado, San José, enséñanos a amar.
+ Padre San José, luz de ternura, ayúdanos a querernos en la Iglesia como en familia.
+ Padre San José, obediente, ayúdanos a obedecer con humildad los mandamientos del Padre Dios.
+ Padre San José, acogedor, enséñanos a acogernos unos a otros porque en el prójimo está Jesús.
+ Padre San José, modelo de valentía creativa, enséñanos a descubrir caminos nuevos para que sea eficaz nuestra caridad y servicio.
+ Padre San José, trabajador, ayúdanos a trabajar y a conseguir el trabajo necesario para vivir dignamente.
Terminamos diciendo:
San José, cuida de la Iglesia de Jesús para que vivamos en el amor que Jesús nos pidió. ¡San José, ruega por nosotros!
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