Por Marta Morales
Para fortificar el amor en el noviazgo se debe vivir el respeto mutuo en las palabras y en las obras.
Un amigo le explicaba a su colega: “Cuando tengas novia piensa en el bien de ambos. No puedes tocar el cuerpo sin tocar el alma. El hombre es capaz de fingir amor para obtener placer, y la mujer es capaz de seducir para ganar afecto. El hombre busca placer y la mujer busca afecto… Podemos manipular sin darnos cuenta”. El colega le confió que estaba llegando a caricias muy íntimas con su novia. El amigo replicó:
– “¡Deja de ver a tu novia durante un mes! Si no la respetas, la estás destruyendo. Vivir la pureza es una ley de Dios; transgredir ese mandamiento es ir contra nosotros mismos; es un mandato positivo que fortifica el amor. Un error puede arruinar tu vida. La adicción sexual es la más devastadora de todas pues lleva a tener un placer a corto plazo, efímero, y un sufrimiento que puede resultar largo y doloroso. Por tu bien, evita el contacto con las zonas genitales, ni siquiera por encima de la ropa”.
Ante la afirmación de la pureza podemos topar con la incomprensión porque detrás hay una serie de hábitos del pasado, pero si se piensa con más profundidad, se verá que hay que respetar a la persona amada en todos los aspectos, porque no puedes tocar su cuerpo sin tocar también su alma. Si falta esfuerzo, el alma se paraliza o deja hacer, porque olvida su dignidad.
Quien apetece a otra persona sobre todo para saciar su avidez sexual, no establece apenas vínculos personales con ella, sino que la utiliza. En cambio, el que ama da lo que tiene, se da a sí mismo. Son actitudes bien distintas: una arranca del egoísmo, la otra de la generosidad.
Cuanto más se “sexualiza” un noviazgo, más riesgo hay de que derive en una unión de dos egoísmos. En esos casos, el placer sustituye al cariño con más facilidad de lo que parece, y se introducen en una atmósfera hedonista que ensombrece el horizonte del amor y les impregna de frustración y de tristeza.
Algunos dirán que no tener relaciones con la persona amada es represión, y no lo es; es preferir otra cosa. Reprimirse es prescindir de algo atractivo para quedarse vacío. Pero cuando, por ejemplo, una madre se priva de algo por amor a un hijo suyo, no se dice que se esté “reprimiendo”, sino que se está sacrificando por obtener algo mejor para su hijo. Y cuando un novio o una novia guardan su cuerpo para entregarlo limpio en el matrimonio, no se reprimen, sino que apuestan por algo superior.
¿Cómo fortificar el amor? Viviendo la abstinencia sexual y el respeto mutuo.
En una ocasión explicaba un muchacho de diecinueve años: «Guardarte para tu novia puede costarte; pero en cuanto observas las cosas desde una perspectiva más amplia, ves enseguida que, al esperar, estás conservando un tesoro muy valioso, y no quieres echarlo a perder. Cuando algunos te miran por encima del hombro por ser casto, pienso que yo podría hacer lo mismo que ellos cualquier día, pero en cambio a ellos les costaría bastante desintoxicarse de todo el exceso de sexo que tienen encima. He decidido esperar hasta casarme, y el hecho de que mi novia también lo desee, me parece una buena muestra de lo que ella vale y de lo que me quiere.»
Los jóvenes deben conocer los beneficios de abstenerse de tener relaciones sexuales, porque si no es así, serán presa fácil de caer en una sucesión interminable de encuentros sexuales que los dejará vacíos emocional y espiritualmente.
López Quintás ha señalado que, si un muchacho piensa que ama a una joven, pero lo que ama en realidad son sólo las cualidades de esa chica que le resultan agradables, es probable que haya más amor a sí mismo y que ame sobre todo el halago y el hechizo que le producen esas cualidades. Y si esas cualidades pierden interés, debido al tiempo o a lo que sea, o dejan de resultar placenteras por el embotamiento que produce la repetición de estímulos, pensará que su amor ha desaparecido, aunque quizá sería mejor decir que ese amor apenas llegó a existir, pues desde el principio estuvo impregnado de egoísmo.
El alcohol y el desenfreno sexual es lo que ha perdido a muchas de las grandes civilizaciones. La posesión no es -como a veces se pretende- una «prueba» del amor, sino casi su partida de defunción.
Imagen de Lucas Azevedo Lucas en Pixabay