Por P. Alejandro Cortés González-Báez
Me comentaba el director de una escuela preparatoria técnica que se están encontrando con el grave problema de la falta de motivación de los alumnos. Me dijo que a los que manifiestan su interés les dan becas del 100% junto con un bono de 5 mil pesos para los transportes, pero a muchos no les preocupa reprobar y presentarse en segundas oportunidades sin ningún aliciente económico. No son pocos los que dicen que para qué estudian si el gobierno les está dando las Becas del Bienestar.
Algunos de los estudiantes han sido sorprendidos consumiendo drogas y cuando el director llama a los papás para informarles, alguno lo ha cuestionado preguntando si su hijo está vendiendo la droga en la escuela y al decirles que no, respondió qué entonces la escuela no tiene por qué meterse en esos asuntos, o en otros casos responden que para eso los mandaron a estudiar a esa institución; para que los eduquen.
Además, me decía que algunos jóvenes, cuando les pregunta si son felices responden: No sé. ¿Qué quisieras tener para ser feliz? y la respuesta es la misma. Al final les pregunta; si quieren ser felices, y responden de nuevo: No sé.
Como es común los estudiantes pasan mucho tiempo frente a las pantallas de sus celulares y tabletas, sin comunicarse con sus compañeros.
Cuando pasamos mucho tiempo conectados a los medios electrónicos, no nos damos cuenta de que estamos metidos en nosotros mismos, que lo que buscamos es algo que nos entretenga y divierta sin necesidad de algún esfuerzo personal.
Al zambullirnos en las veloces corrientes de las redes sociales, y los medios como YouTube o TikTok, etc., nos convertimos en consumidores de imágenes y sonidos sin importar nuestra edad, preparación, estado civil… Pasamos a ser un pequeñísimo número –entre muchos millones– del que se espera que envíe sus “likes”. Es decir, que en cierta forma nos despersonalizamos. Todo esto nos lleva a ser individuos obsesionados, en otras palabras: esclavizados por nuestras emociones. Dejamos de ser animales racionales para convertirnos en animales emocionales, en quienes no caben conceptos como bueno y malo, conveniente o inconveniente; sino divertido o aburrido… o aburrado.
Sin percatarnos de hasta dónde nos pueden llevar los sentimientos, corremos el peligro de caminar con los ojos cerrados suponiendo que los llevamos abiertos, y así al tropezar con un bache, podemos estar convencidos de haber caído en una tumba, por eso muchos niños y adolescentes se desaniman y caen en peligrosas depresiones. No saben escucharse a sí mismos, sólo se oyen, pero no pueden entender su realidad, pues todo lo maximizan, todo lo llevan a los extremos, y terminan incomunicados con ellos y con los demás. De aquí que estemos contemplando cómo crece el número de las patologías emocionales que necesitan ayuda psicológica. En el fondo sí quisieran ser felices, pero se sienten con miedo, e incapaces, de esforzarse por conseguir las virtudes necesarias para conseguirlo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de marzo de 2024 No. 1498