Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Cuántas propuestas de campaña, a bombo y platillo, y cuántos proyectos fallidos, sexenio tras sexenio, que arrebatan la esperanza en buenos gobiernos.

Hay una falla de origen: ‘quien no permanece en la vid, no puede dar fruto’ (Jn 15, 1-8).

‘Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores. Si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigila el guardián’ (Sal 127, 1).

Si esto lo aplicamos a la vida de la política pública de la nación, ahí están los sarmientos secos, forrados de dinero, pero vacíos en su interior. Engrosan la larga lista de gobernantes prepotentes, habladores y que dejan una cauda de ignominia en su proceder. Al menos la hoguera de la historia, los convertirá en cenizas que se llevará el viento de los tiempos.

La verdad objetiva, disipa con el tiempo y más pronto que ya, las subjetividades emotivas de lo que no pudo ser.

No llegó la paz, más bien la violencia y el miedo se hacen presentes en una democracia, golpeada y herida; no llegó la justicia en sus diversas acepciones; más bien se aumento el numero de pobres que se les denigra con dádivas y coaccionándolos en su voto que deja de ser libre; la verdad y la libertad han sido sometidas al bombardeo de la propaganda, al sometimiento de la ideología acrítica, de los cinismos y de la mentira flagrantes. Se ofrece la vida orwelliana de la granja.

También tenemos que hacer autocrítica los que nos consideramos discípulos de Jesucristo.

¿Somos cristianos por tradición familiar? ¿Respondemos a un folklore costumbrista de nuestro barrio o pueblo, nada más? ¿Vivimos el alejamiento progresivo de la Iglesia, de Cristo, del Evangelio, de la oración, hasta llegar a un ateísmo de indiferencia y rotundamente práctico?

La expresión tan simple y expresiva de Jesús nos señala la necesidad de permanecer interiormente unidos a él por la savia-vida del Espíritu Santo en nosotros: Yo soy la vid…y ustedes son los sarmientos (cf Jn 15, 1-8). Entre la vid y los sarmientos, está el vínculo esencial de la unidad y de la vida, el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rm 5, 5).

Permanecer en Cristo es permanecer en su amor, de modo vital, con una vida interior intensa, por la oración cada vez más de carácter evangélico, – ‘qué me dice, que le respondo, de Corazón a corazón, a qué humildemente me comprometo para llenar el tiempo y mi vida de Cristo en mí, para dar fruto y fruto abundante-.

Vivimos en un contexto circunstancial e histórico sumido en la violencia, en la polarización, en los grandes individualismos subjetivistas y emotivos.

Como sarmientos unidos a la Vid que es Jesús, cuyo ser se prolonga en la Iglesia, hemos de asumir nuestra responsabilidad para atajar las crisis destructoras de la familia, de la sociedad y de la nación; promover la convivencia y el buen entendimiento en temas cívicos y políticos; buscar acuerdos con humildad y sensatez para acabar con el odio y la violencia; el luchar contra la soberbia y los egoísmos destructores de la comunión.

Somos los sarmientos unidos vitalmente a Cristo nuestra vid. Si permanecemos en él, y confesamos que Jesús es el Hijo de Dios, permanecemos en Dios y Dios en nosotros… Dios es Amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dio en él (cf 1Jn 4, 15-16b).

 
Imagen de congerdesign en Pixabay


 

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