Por P. Fernando Pascual
Resulta casi imposible vivir en un estado continuo de pena, amargura, fracaso, desaliento. Como también resulta fantasioso imaginar una vida que transcurre entre gozos interminables, victorias y entusiasmos.
La idea no es de un psicólogo contemporáneo, sino de un Santo Padre de los siglos IV-V: san Juan Crisóstomo.
En sus Homilías sobre el Evangelio según san Mateo, encontramos esa reflexión, articulada con diversos ejemplos.
Juan Crisóstomo explica cómo se suceden continuamente momentos de consuelo y momentos de adversidad, porque así Dios gobierna el universo, “y ni permite que la prosperidad sea duradera, ni que la adversidad domine a su talante”.
Pone como ejemplo lo que ocurre en la naturaleza: se pasa del día a la noche, del verano al invierno. Algo parecido ocurre en nuestra vida personal: “a veces estamos tristes, a veces alegres, tan pronto gozamos de salud como nos postra la enfermedad”.
Luego imagina a alguno que se lamenta porque siente que vive entre adversidades continuas. El santo responde:
“No seas desconocido, no seas ingrato, pues no es, no, posible que nadie esté en adversidad continua. La misma naturaleza no lo resistiría. Lo que pasa es que, como queremos estar siempre alegres, nos imaginamos que estamos siempre tristes. Y no es esa sola la razón. De los bienes y prosperidades nos olvidamos en seguida; pero de las adversidades nos acordamos continuamente. De ahí que siempre creemos estar entre adversidades. Pero no es posible que un hombre esté en continua adversidad”.
De ahí pasa a comparar lo que podría ser considerada una vida plenamente feliz, de fábula, y otra vida dolorosa, casi trágica. En la primera no pueden faltar tristezas, ni en la segunda momentos de alivio.
En concreto, compara a un rico acomodado y a un jornalero que trabaja todo el día, y luego compara a un rey y a un prisionero.
El que vive entre delicias y banquetes, sufre por envidias, o por el desprecio de familiares, o ante acusadores que le reprochan su lujo.
El que vive entre duros trabajos, está libre de esos males del rico. No teme que le roben riquezas que no posee. “Come con gusto y duerme con alegría. Los que beben el vino de Taso no sienten tanto placer como él cuando va a una fuente y goza de sus puras corrientes”.
Al confrontar al rey con el prisionero, nota cómo el primero está triste, con miedos, y preocupaciones. El preso, en cambio, muchas veces “está alegre y juega y salta”.
Por eso, san Juan Crisóstomo concluye: “No, no es posible, hallar una vida sin alguna pena y tristeza, ni tampoco exenta absolutamente de algún placer, porque, como antes he dicho, nuestra naturaleza no lo resistiría. Y si uno se alegre más y otro se entristece más, eso depende del mismo que se entristece, por ser pusilánime, no de la naturaleza de las cosas”.
A partir de lo dicho, el santo presenta un camino, asequible a todos, para la continua alegría: la virtud.
“Si quisiéramos estar continuamente alegres, muchos motivos tenemos para ello. Basta con que nos abracemos con la virtud y nada podrá turbarnos. Porque la virtud ofrece a quienes la poseen las mejores esperanzas; ella nos hace agradables a Dios, gloriosos ante los hombres y es una fuente de placer inefable”.
No niega Crisóstomo que la virtud exija esfuerzo, pero vale la pena, porque esa virtud “llena nuestra conciencia de alegría y nos infunde tan íntimo placer, como no hay lengua que lo pueda explicar”. Y continúa con esta reflexión:
“Porque, ¿qué es lo que en esta vida te parece más dulce? ¿Una mesa opípara, la salud corporal, la gloria, la riqueza? Mas todos esos placeres, comparados con el placer de la virtud, son verdaderas amarguras. Porque nada hay más agradable que una buena conciencia y una dulce esperanza”.
Toda vida humana transcurre entre el gozo y la tristeza, con momentos de sosiego y con pruebas a veces muy duras.
Si abrimos el corazón a Dios, si acogemos el Evangelio y empezamos a vivir comprometidos a realizar buenas obras, descubriremos que en esta vida terrena, tan frágil y turbulenta, alcanzamos la paz interior y esa esperanza que nos conforta en cualquier circunstancia que pueda acontecernos.
(Los textos aquí recogidos proceden de la Homilía 53 de las Homilías de San Juan Crisóstomo sobre el Evangelio según san Mateo).