Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Querido amigo y Padre Concho:
No tuve oportunidad de decirte adiós o hasta luego con un abrazo cordial y con esa sonrisa presente siempre en tus labios, nunca opacada por tu barba selvática. Hoy por la tarde me enteré de tu partida. No supe de tu funeral en la Santa Iglesia Catedral de Querétaro para unirme al coro de sufragios por ti, amigo; en ese lugar donde tantas veces coincidimos en nuestras concelebraciones eucarísticas. Ya no podré escuchar tu carcajada franca y amigable, expresión de tu bonhomía de alma limpia y transparente.
Fueron muchos los caminos que recorriste como aquél que encarna y prolonga en su «yo» al «Yo» del Buen Pastor Jesús, inmolado y glorificado, dando esperanzas y consuelos a tantos hermanos, desde San Juan del Río, Huimilpan, Amealco, San José Iturbide, San Joaquín, Ahuacatlán, el Seminario Mayor, Dr. Mora, el Palmar de Cadereyta, Jofrito y, finalmente, Jalpan.
Has tenido un intenso amor por la vida y has perseverado en tu ser de sacerdote, de profeta y de pastor, dando tu vida por las ovejas, abriendo la puerta del Corazón de Cristo a tantos hermanos y ofreciendo su Evangelio a través de la sabiduría de tu corazón. Pero tu condición de ‘homo viator’ ha terminado; tu ser itinerante de luz y de fuego ha llegado a su término, aunque no se extinga tu llama que toca la eternidad.
No has sido ‘ser para la muerte’ sino para la vida de comunión con «el Tú divino» y con «el tú humano»; has gozado de «el nosotros» en la sonrisa cordial, simpática y empática. Has vivido en nuestro mundo roto esa lucha a brazo partido por la «communio personarum» —comunión de personas, antesala del Cielo-Trinitario, nuestro fin absolutamente último en la comunión del Amor sustancial y eterno de las divinas Personas, esperanza de nuestro horizonte feliz.
El Buen Pastor Jesús te acoja en la victoria de su amor. Gracias por tu amistad, gracias por tu servicio a la Iglesia. Hasta luego, amigo P. Concho, José Concepción de San Juan Lozano Herrera.
También los amigos mueren, pero no para siempre.
Fotografía: Juan Diego Camarillo