Comentario al voto del Parlamento europeo sobre la inclusión del derecho al aborto en la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea

Por Andrea Tornielli – Vatican News

Ayer fue un día triste para Europa y sus instituciones. Sancionar que el aborto, es decir, el asesinato deliberado del más indefenso de los seres humanos – por favor, que nadie lo llame «apéndice» o «trocito de carne» – se convierta incluso en un derecho fundamental, dice mucho de la deriva ética en acto. No más tarde del lunes pasado, se publicó una declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, aprobada por el Papa Francisco, relativa a la «dignidad infinita» de todo ser humano y a una lista no exhaustiva de las violaciones a las que hoy se ve sometida esta dignidad. Entre estas violaciones está el aborto.

«Lo que se necesita más que nunca es la valentía de afrontar la verdad –se lee en el documento, que retoma pasajes del reciente magisterio – y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia ni a la tentación del autoengaño… el aborto provocado es el asesinato deliberado y directo, como quiera que se lleve a cabo, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, entre la concepción y el nacimiento. Los niños no nacidos son, por tanto, los más indefensos e inocentes de todos, a los que ahora se les niega su dignidad humana para poder hacer lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo una legislación para que nadie pueda impedirlo. Por tanto, hay que afirmar con toda fuerza y claridad, incluso en nuestro tiempo, que esta defensa de la vida naciente está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que el ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cualquier etapa de su desarrollo».

Pero la señal permanece: una Europa silenciosa, cansada, incapaz de pensar con una sola voz en iniciativas diplomáticas para frenar la guerra en curso y el abismo hacia el que se dirige el mundo a un ritmo cada vez más acelerado; una Europa incapaz de hacerse cargo comunitariamente del drama de los migrantes y de la necesidad de socorrerlos evitando que el Mediterráneo siga siendo un cementerio, ha demostrado que una de sus prioridades es consagrar como derecho europeo fundamental una posibilidad que, por otra parte, la mayoría de los países miembros de la UE ya permiten en sus legislaciones respectivas, a saber, el asesinato de mujeres y hombres en la fase inicial de su existencia.

Ayer mismo, cuando el Parlamento europeo se disponía a votar sobre el aborto, el Papa, en su audiencia a la plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, hablaba de la actual cultura del descarte que se convierte en cultura de muerte que afecta a los más débiles: “Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente (…)   aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad” (Fratelli tutti n. 107).

 
Imagen de Erich Westendarp en Pixabay


 

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