Por Rebeca Reynaud

¿Cómo que Dios me diseñó para ser santo? ¡Si lo que yo quiero es ser piloto aviador! Es que puedes ser un piloto santo, puedes ser profesionista u obrero santo, como San José Obrero. Puedes ser lo que quieras, y, a la vez, luchar por ser agradable a Dios.

Encontrar el verdadero bien y el mal verdadero es difícil. El bien tiene un empaque feo y el mal tiene un empaque bonito. El mal lleva máscaras para empacarse: “encontrarás alegría o esparcimiento”, pero si se acude al Espíritu Santo, Él nos ayuda, sus rayos son como los rayos X del espíritu para saber qué es el bien y el mal, es muy fácil equivocarse y las armas con las que uno se defiende son ridículas.

“La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces”, decía Octavio Paz. Un alma cristiana, sin oración, es un edificio levantado sobre arena movediza, que con un viento fuerte será derribado. ¿Qué me da solidez? El amor y la oración. “Mi amor es lo que me da solidez”, decía San Agustín.

Todos los días podemos ser más santos, podemos ser más de Dios. Tiene que entusiasmarnos hasta humanamente porque Dios nos ama también con un corazón humano. Se trata de ser fieles al proyecto que Dios ha diseñado para cada uno. En esto nadie nos puede suplir. Dios nos ha diseñado para ser santos. Sin piedad, sin amor, no se puedes ser fiel ni en la vida ni en la doctrina. “El amor satisface por sí solo… es lo único con lo que la criatura puede responderle a su Creador” (S. Bernardo, Sermo 83).

Dios tiene un camino para cada uno. Si se pasa por crisis o túneles oscuros, se puede salir más purificado de ellos; pero no siempre es necesario pasar por ellos. Sólo Dios lo sabe.

La literatura ayuda a conocer el alma humana más que la psicología. Tenemos un ejemplo en este libro de autor canadiense Michael O’Brien, quien escribe: Toda alma es amada más allá de lo imaginable. Toda alma es bella a los ojos de Dios. Nuestros pecados pueden llegar a enterrar esta imagen originaria Por eso ya no podemos vernos como realmente somos. (cfr. p. 324). ¡Qué grande es el misterio del alma humana! Cada alma atesora su propia medida de locura y de gloria. Somos nosotros los que elegimos cuál potenciar. Ante nosotros está la esperanza y la desesperación. Vamos así configurando la forma en que puedan actuar el cielo o el infierno (El Librero de Varsovia, p. 273). En esa novela de O’Brien, un sacerdote aconsejaba así a Pawel: “Queremos el paraíso sin la Cruz, olvidando que la Cruz es la única forma de recuperar la armonía original que perdimos en la primera caída. Esta es la puerta estrecha.”

En otro momento de esa novela, después de una Confesión sacramental, el sacerdote le dice a Pawel: Tu humillación de ahora, será tu gloria. Cuando venga la calma, darás gracias a Dios por todos y cada uno de tus sufrimientos.

En la novela de El Padre Elías, un formador de novicios le dice a Elías: “Si le hubiera enseñado a cargar con la Cruz y a morir en ella, entonces se lo habría enseñado todo”. (p. 18).

El Antiguo Testamento, en resumen, es la historia de la fidelidad de Dios. El hombre se aleja y vuelve. Dios no se aleja. El consuelo inmenso consiste en tratar a Dios. Hemos de dejarnos querer, impregnarnos de la ternura de la Santísima Trinidad. ¿Quién es el que ganará en esta vida? El que se haya dejado amar más. El nombre de Dios es Emmanuel, “Dios con nosotros”, que es un modo de decirnos “estoy contigo”.

Imagen de StockSnap en Pixabay


 

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