Por P. Fernando Pascual

Vivimos entre tensiones. Surgen ideas, aparecen planes, llegan peticiones. Al final, un caos en el que no sabemos escoger lo que sería bueno para cada momento.

Cuando experimentamos ese caos, sentimos la urgencia de llegar a la armonía interior.

Esa armonía permite pensar con calma: no llegamos a ideas claras si la confusión reina en nuestra mente.

Nos permite, además, orientar y jerarquizar las emociones: no podemos permitir que el miedo o formas caóticas de deseos dominen nuestro interior.

Sin embargo, parece difícil lograr la armonía del alma, sobre todo cuando llegan nuevos mensajes al móvil, o estímulos para escuchar una música o para ir a la cocina a ver qué encontramos…

La humanidad ha experimentado siempre la urgencia de la armonía interior. Basta con leer páginas de los primeros filósofos griegos, sobre todo de Platón y Aristóteles, para constatar esa urgencia.

La búsqueda empieza con un buen plan para este día, esta semana, este mes. El plan permite identificar lo que realmente queremos y, sobre todo, aquello que ayudaría para nuestro bien y el de los que viven a nuestro lado.

Luego, llega el momento de romper el cerco de deseos que nos atan a lo fácil, lo inmediato, lo más gratificante, para acometer con decisión lo que realmente importa.

La lucha no resulta fácil. A veces sucumbimos: el plan para limpiar la habitación se ahoga ante la noticia de una nueva película que despierta nuestra curiosidad.

No importa una derrota si sabemos levantarnos en seguida, porque deseamos, de verdad, invertir en lo que vale, construir esa armonía interior que embellece nuestras vidas.

Cada día, vivido desde el amor y para amar, con buenos propósitos, y abiertos a lo que Dios me pida, se convierte en un nuevo paso hacia esa armonía interior que anhelo, y que hará más sencillo “invertir” mi vida en lo que realmente vale la pena…

 
Imagen de Melk Hagelslag en Pixabay


 

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