Por Felipe Monroy
Martín Valmaseda (un misionero católico que ha entregado su vida en las marginalidades de Centroamérica) tiene una fabulilla que es una extensión del clásico principio moral que sugiere no sólo dar de comer pescado al hombre hambriento sino enseñarle a pescar para que deje de pasar hambre en el futuro. La reflexión del religioso, sin embargo, pone el dedo en la llaga: “Aquellos que poseen una flota de barcas y son dueños del mar y de los peces, del hilo de pescar y de las redes… prefieren ir repartiendo anzuelos con mesura, ir soltando los hilos con prudencia. Acaso entre los planes de esa gente que ‘ayuda’ no entra ayudar a que el hambriento les reclame justicia y no clemencia”.
En el corazón de esta reflexión se encuentra en gran medida el debate del proceso político mexicano. La diferenciación entre propuestas partidistas no se encuentra entre quienes son corruptos u honestos, eficientes o incompetentes, democráticos o autoritarios, como los mercaderes de las campañas electorales quieren hacernos creer. De hecho, sabemos de sobra que las corruptelas, las torpezas y el autoritarismo refulgen prácticamente en todas las opciones partidistas para este proceso electoral.
Para comprender las propuestas políticas que están hoy en juego se tiene que poner en perspectiva lo mencionado por el misionero: ¿Quiénes son los dueños de ese poder político, fáctico y económico que prefieren ir ‘soltando los hilos’ de la ciudadanía pero con prudencia? ¿Quiénes son los que hoy sólo buscan la participación ciudadana ‘mesurada’ y bajo su control discursivo? ¿Quiénes creen que la ciudadanía sólo sirve para votar por sus candidatos y sus privilegios, pero no para que el pueblo reclame justicia social? ¿Quiénes abogan por instituciones políticas y burocráticas cuya única función sea la de mantener el status quo entre los privilegiados y el resto de ciudadanos? ¿Quiénes plantean que el futuro de México debe configurarse en relaciones subordinadas de clemencia pero no en acciones disidentes de justicia?
Algunos aseguran –erróneamente– que el conflicto político en México es entre las ideologías de ‘derecha’ y de ‘izquierda’. Sin embargo, desde hace décadas, las expresiones políticas categorizadas como de ‘izquierda’ y de ‘derecha’ han perdido casi íntegramente sus fundamentos ideológicos y programáticos; y sin embargo, aún hoy continúa vigente cierta distinción analítica entre dos tipos de grupos políticos cuyos intereses colisionan y conflictúan en el espacio público.
Por un lado, están los liderazgos políticos que colocan en segundo lugar la preocupación y atención a las desigualdades sociales existentes. Dichos grupos políticos casi siempre consideran que es más importante “el orden” de las instituciones, la “estabilidad de la jerarquía burocrática” y “las libertades” entendidas exclusivamente como las facultades ganadas, adquiridas o heredadas por el abolengo o la meritocracia. Para estos liderazgos, las radicales diferencias entre las élites poderosas y la inmensa mayoría de ciudadanía desprotegida y desamparada, no son un tema urgente. Por ejemplo: si ciertas élites hiperprivilegiadas pueden acceder a exclusivas pensiones doradas mientras millones de trabajadores humildes deben pasar décadas de agotadores juicios por pensiones de miseria, no lo consideran un problema por atender, sino una realidad inmutable que debe permanecer así aunque los regímenes políticos cambien.
Por el otro lado, está otro tipo de liderazgo político que no desea establecer puntos de partida iguales sino puntos de llegada semejantes. A diferencia de la caricaturización de esta perspectiva ideológica: no se quiere obligar a toda la ciudadanía a perder los bienes que se tienen sino que, independientemente de la carencia de vacas o del emporio ganadero que puedan tener los ciudadanos, la política y la administración de los bienes públicos debe procurar que el destino común de ambas precondiciones sea igualmente digno.
A lo largo de esta campaña, una de las propuestas partidistas se reveló de cuerpo entero cuando sugirió que si el empresariado tuviera todos los apoyos, beneficios y prebendas por parte del gobierno, entonces “por clemencia” se ayudaría a los trabajadores. Aparentemente, la opción contraria implicaría que la administración pública garantice que tanto las élites económicas más encumbradas como los sectores sociales más precarizados y vulnerables puedan encontrar equilibrios que dignifiquen su vida y la de sus familias.
Pero no. Valmaseda nos ayuda a entender el sentido real de la indignación y la lucha por la justicia social auténtica que va más allá de la clemencia y de la institucionalización del orden: “¿Qué sucede si alguien, para ayudar al hombre hambriento, intenta hacer que piense por qué precisamente fue a él a quien tocó soportar el hambre y la pobreza, que se pregunte quién le quitó los peces, quiénes le arrebataron la caña y el anzuelo, por qué no hubo alguien que le hiciera aprender a pescar en su infancia? ¿Qué sucede si alguno le ayuda a darse cuenta y a informarse para que pueda él mismo ser quien conquiste al mar del que le echaron y recobre su barca y sus anzuelos, su caña y sus pescados?”
De eso se trata la toma de conciencia: de contar con información y provocar la reflexión en un pueblo que ha sido despreciado, manipulado, sojuzgado y oprimido de mil maneras. Pues, más allá de los dimes y diretes, de las maldiciones y las rabietas, de las campañas de marketing y eslóganes vacíos, lo que suceda el 2 de junio próximo revelará si la politización de la ciudadanía ha sido suficiente para que ésta reclame justicia y no sólo se conforme con la clemencia de los poderosos.
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