Por Rebeca Reynaud
Las conversaciones entre padres e hijos han de empezar desde que son niños, a la hora de las comidas, de paseos, excursiones o en momentos informales. Los padres hemos de interesarnos por todos los hijos, pero cuando empiezan su etapa adolescente, es decir, en la pubertad –a los 12 años-, se hace necesario estar al pendiente de qué les enseñan en las escuelas y cómo lo van asimilando; pendientes de sus afectos, de sus dudas e incertidumbres.
¿Y de qué voy a hablar con él? Puedes empezar por el tema que sabes le gusta, tal vez el deporte o su comida favorita. Y más que hablar se trata de escucharle, de dejarle hablar sin interrupciones innecesarias, sin juzgar ni cuestionar; se trata de que converse en confianza con su progenitor. Tu hijo se tiene que sentir comprendido, no invadido.
Es importante hacer notar que, lo qué hay que saber es qué necesita, no tanto qué te gusta. Con frecuencia lo que necesitan es convivir con sus padres y hermanos. Necesitan tener confianza en sus progenitores y sentirse amados y respetados por ellos.
La amistad entre padres e hijos tiene un gran impacto en ambos, sobre todo, el hijo se siente importante, ¡y lo es!, se sabe atendido y protegido. Para el adolescente sus amigos son muy importantes, por eso hay que conocerlos y preguntar al hijo por ellos. Otra cuestión interesante sería preguntar qué norma piensan haría falta en casa. Fijar una pauta le hará sentirse incluido y respetado.
Todos tenemos más o menos algún miedo, podemos preguntarle qué le causa miedo, y luego escuchar. También hay que preguntar si hay alguna actitud de sus padres que le moleste. Ciertos comportamientos parentales suelen avergonzar a los hijos. Sin que suene a reclamo hay que preguntarle cuáles actitudes tuyas le molestan.
Hay padres que dicen: “Ya lo escucharé cuando venga algo importante”. Si no escuchas las mil minucias que quiere comunicar, no te contará la 1001 que era la más importante. No hay que pensar que el joven se abrirá desde el principio. Por eso es recomendable empezar a ganar su confianza con prestigio y cariño.
UN CASO. Un muchacho que tenía, aparentemente, unos padres que se llevaban bien, descubrió con asombro que se querían divorciar. Cuando eso sucedió, él reaccionó con rebeldía y perdiendo el interés en la escuela, por tanto, sus calificaciones eran bajas. Cuando creció empezó a trabajar en labores no muy recomendables, pero reaccionó y descubrió que el origen de sus males estaba en que, cuando sus padres se separaron, nadie le preguntó: ¿Cómo te sientes?
La labor educativa corresponde a los maestros, pero fundamentalmente, a los padres de familia, educar es un proyecto. Lo más importante es ESCUCHAR, con mucho, escuchar siempre, pero más cuando son adolescentes.
A veces hay que decir:
– Esto que te pasa no es el fin del mundo. Hay muchas cosas que no podemos cambiar. ¿Hay tormenta? Bajemos las velas del barco.
No los descalifiques. No hay que juzgar a las personas. Hay que saber que, mucho depende de lo que la persona ha profundizado en la fe.
A veces la adolescente se siente La Reina de los Mares, otras veces, se siente cucaracha o persona sin valor. Ni una cosa ni la otra. Hay que tener confianza en Dios, Él te ama.
Imagen de Mircea Iancu en Pixabay