Por Arturo Zárate Ruiz

Damos por hecho que el bienestar actual siempre ha existido. Tal vez por ello nuestra ofuscación por los apagones. En casa no sólo se va la luz, también el agua porque se sube ésta a los pisos altos con una bomba eléctrica. 37 horas sin ducharse con temperatura bajo techo de 42ºC (las del norte del país) son la fórmula para oler a zorrillo. Sin refrigerador, hasta los chiles secos se echan a perder.

Pero no siempre hemos tenido electricidad, agua corriente, escuelas para todos, centros de salud, alimentación accesible. Cuando nací, más de la mitad de los mexicanos eran analfabetos y no había vacuna contra la polio. Hoy son rarísimas las hambrunas en el mundo. Se sufre no desnutrición, sino malnutrición por los malos hábitos de ingesta. Lo que abunda somos los gordos.

Y está bien que queramos más bienestar, mejores condiciones de vida. Algunos políticos nos prometen niveles similares a los de Dinamarca. Y no dudo que los consigamos en un futuro no lejano. Hemos progresado, sí, con la creatividad y esfuerzo de muchos

Y digo que está bien porque, según leemos en el libro de la Sabiduría, «Dios de los padres y Señor de la misericordia […] con tu palabra hiciste todas las cosas, y en tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre tus creaturas, y para que rigiese el mundo con santidad y justicia y lo gobernase con rectitud de corazón».

Es con nuestro santo dominio que mejoramos este mundo ya de por sí bueno que Dios nos ha encomendado; dominio con el cual alcanzamos mejores niveles de bienestar. Vivimos más sanos y con más años, nos alimentamos con frecuente abundancia, tenemos más acceso a la educación, y se producen leyes que suelen brindarnos nuevas oportunidades para que todo esto ocurra cada día mejor.

No dudo de ningún modo que a Dios le agrada ese creciente bienestar nuestro. Ciertamente, como generoso Padre, Él quiere que seamos felices en este mundo. Pero quiere incluso más: que seamos super felices en el Cielo.

Pero se da un riesgo, el de “panza llena, corazón contento”. Tanto bienestar puede convertirnos en gatos relamiéndose los bigotes, muy olvidados de Dios, sin siquiera acudir alguna vez a Él como a una gasolinera, por “no necesitarlo”, pues “nunca nos falta combustible”.

Un riesgo como el de los judíos que querían regresar a la esclavitud, en lugar de ganar la libertad e ir a la tierra prometida, porque en Egipto, según ellos, comían rico: «¿Quién nos dará carne para comer?, ¡cómo echamos de menos el pescado que gratuitamente comíamos en Egipto, los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos».

Nos conformaríamos entonces con 30 monedad de plata, como lo hizo Judas, inclusive cuando, sin negarle el Señor el bienestar, pudo también gozar de Él, infinitamente superior.

Como el rey Saúl, quien, por complacer a su pueblo para regodearse en la popularidad, relegó los mandatos de Dios. Perdió así el favor del Altísimo.

Como Sansón, también escogido por el Padre: prefirió la seducción de Dalila, quien lo privó de su cabellera, su fuerza, y le arrancó los ojos.

Me gustan mucho las lentejas, y cuando tengo hambre más. A mi nieta también le gustan mucho. ¿Pero hemos de renunciar a la elección que ha hecho Dios de nosotros por un plato de ellas, como lo hizo Esaú?

Hoy, no pocos académicos que Dios ha favorecido con un conocimiento superior del universo, por admirar mucho las criaturas, se olvidan y niegan al Creador. No sólo ingratos, ¡de lo que se pierden!

Así naciones ricas que Dios ha favorecido con abundante bienestar, ahora lo minimizan. Allí decrece el fervor al mismo ritmo que hinchan sus vientres y, sí, su descontento. Allí los vínculos de amor propios de la vida familiar desaparecen. Allí el egoísmo crece y, con él, la soledad y el abandono. Su gente, para simular el contento y frenar el aburrimiento, acude a las drogas, a la pornografía. Ya no hay noviazgo, ni siquiera matrimonio, sino encuentros de fin de semana y niños abortados por fallar la anticoncepción. A estas naciones puede decírseles «doble falta ha cometido mi pueblo: me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua».

 
Imagen de Mich Wich en Pixabay


 

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