Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Estamos inmersos por doquier en la cultura de la muerte, en la dictadura del relativismo y en la cultura del descarte. Se infravalora al ser humano en la grandeza de su dignidad como persona. Vivimos las utopías ideológicas del socialismo o del capitalismo sin mediar el equilibrio necesario para que exista la paz. Estamos sometidos al vaivén de los díceres políticos en tiempos electorales: todos y cada uno tienen la solución. Hablar no empobrece; se va perdiendo la confianza en la política por los subsecuentes incumplimientos y traiciones.

Las redes sociales siguen su narrativa que adolece de la conexión con la dignidad de la persona.

Esta es la situación que le toca vivir al discípulo de Cristo. Pero no es para desanimarse; sino para que cale mejor la presencia del Resucitado en nuestra vida. Asumir lo bueno de nuestro tiempo y darle ese soplo de lo divino, con la fe como guía, la esperanza como fuerza y la caridad como aliento

El reto es ser testigos de Cristo resucitado hoy a nivel personal y de una comunidad de testimonio, con gran alegría y entusiasmo.

Hemos de valorar a toda persona humana, porque su ‘dignidad es infinita’; ser humildes, lejanos a todo triunfalismo pretensioso; promover la justicia y la paz, siempre. En el trabajo profesional y en las relaciones humanas, nos dice el Concilio Vaticano II: ‘Tengan en sumo aprecio el dominio de su propia profesión, el sentido familiar y cívico, y todas aquellas virtudes que se refieren a las relaciones sociales, esto es: la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, los buenos sentimientos, la fortaleza de animo… ‘(AA 4).

En medio de un mundo entregado a la ciencia y sometido a la tecnología, se debe luchar para descubrir al hermano, al prójimo; vivir la pasión por la verdad, la justicia y el amor. Amar a la persona, respetar su dignidad y su libertad que son dones de Dios; atención a sus derechos laborales, culturales, étnicos, lejos de toda represión, explotación e ignorancia.

La Ascensión del Señor, muestra el triunfo de Jesús resucitado, quien con su humanidad glorificada nos da acceso al Padre: ese es el Cielo, participar de Dios Amor trinitario, por una parte, y por otra, el Señor resucitado nos confía su misión, como prolongación de sí mismo, bajo la guía y tutela del Espíritu Santo. Nos dice en la persona de los discípulos-Apóstoles: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado “(Mc 16, 15-20).

La gran certeza de nuestra vida es que Cristo resucitado, está en medio de nosotros y nos acompañará hasta la consumación de la historia.

En este contexto y bajo este espíritu litúrgico de la Ascensión del Señor, podríamos leer con sumo gozo la Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 del Papa Francisco, ‘Spes non confundit’, la esperanza no defrauda (9 mayo 2024). Como san Pablo en su tiempo, el Papa Francisco ahora nos infunde con este documento un gran aliento y una tarea a realizar impostergable, como ‘peregrinos de la esperanza’.

 
Imagen de Ethereaum en Pixabay


 

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