Por P. Fernando Pascual

Son muchas las actitudes que podemos tener ante Cristo. Entre ellas, fijamos la atención en tres.

La primera actitud consiste en sentirnos contentos y satisfechos con la propia vida, a la que vemos como buena, sin grandes pecados.

La persona que vive en esa primera actitud se dice a sí misma que no hace el daño a nadie, que no roba, que no dice blasfemias, que se comporta con una honestidad superior a la de tantos deshonestos.

Esa persona supone, quizá inconscientemente, que no necesita a Cristo, pues no tiene que ser perdonada de pecados (no los hace). La salvación le resulta algo innecesario, un “plus” que se puede acoger o dejar a un lado.

La segunda actitud se da en quien se reconoce como pecador, pues descubre en su alma una lista más o menos larga de pecados, no solo de la carne (son los pecados más visibles), sino también del espíritu (son los más difíciles de identificar).

Además, esa persona desea ser salvada, busca confesarse con cierta frecuencia, reza para salir del pecado.

Pero en esta segunda actitud ocurre que uno se cansa, pues nota cómo ni las oraciones ni el sacramento de la penitencia ni las misas le llevan a una seria mejora en su vida. El pecado le parece casi invencible.

La tercera actitud es parecida a la segunda, con una diferencia. Es parecida, porque el alma se reconoce pecadora y busca continuamente el perdón de Dios.

Pero es diferente, porque ese alma, si cae una y otra vez en las mismas faltas, no se desanima, pues sabe que solo cuando se deje ayudar, seriamente, por Cristo, será posible romper con el pecado y crecer en el amor.

Hay otras actitudes, pero ante las tres aquí presentadas, podemos preguntarnos: ¿cómo me veo ante Cristo? ¿Siento necesidad de ser salvado por el Maestro? ¿Busco sinceramente los medios que me acerquen a Dios?

La primera actitud, aunque parezca “buena”, implica el gran peligro de la soberbia, como si uno se hubiera salvado a sí mismo.

La segunda, aunque parezca sincera, implica el riesgo de la desesperanza, un riesgo que impide un verdadero camino espiritual.

Solo en la tercera actitud, a pesar de las recaídas, el alma se abre a la humildad y a la confianza. El corazón no se cansa de buscar a Dios, pues sabe que Él perdona todos los pecados y acoge siempre a los corazones arrepentidos.

Podemos pedir a Dios Padre que nos ayude a encontrar la mejor actitud ante su Hijo, de forma que nada, ni siquiera el pecado, pueda apartarnos del amor de quien vino al mundo para rescatarnos y darnos la vida verdadera.

 
Imagen de Karen .t en Pixabay


 

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