Por Rebeca Reynaud

Quédate con nosotros porque ya está anocheciendo” (Lc 24,29). Esta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los discípulos que se dirigían a Emaús –Cleofás y Lucas, según Emmerick- hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaron que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro ya resucitado.

“Quédate con nosotros”, dijeron, y él aceptó. La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y “se les abrieron los ojos” (Lc 24,31). La escena de Emaús es de gran actualidad, Dios se hace el encontradizo también al hombre de hoy.

Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestra ansiedad, para curar nuestra soledad y nuestros desánimos.

¡Qué fácil resulta acercarse al sagrario cuando contemplamos la maravilla de Dios que se ha hecho Hombre! Vamos a Él para ser confortados como los discípulos de Emaús. Cuando hay fe y confianza, la Eucaristía pasa a ser una necesidad. En la Eucaristía encontramos la fuerza que nos sostiene porque lo encontramos a Él.

El asombro genera en el alma una aspiración por la sabiduría. Platón dice que el asombro es el origen de la filosofía. Enseñar el asombro porque es la entrada de la belleza. También la belleza de aceptarse a uno mismo como es.

Un niño de tres años, encuentra encanto en la florecilla amarilla, en la mariposa, en el chapulín, y no digamos si entra en contacto con bebés, con changos o los felinos de gran tamaño. El conocimiento de nuevos animales le llenan de asombro. Nosotros hemos de cultivar ese asombro ante la naturaleza y ante las obras de arte bellas, porque sin asombro es casi imposible tratar a Dios.

San Juan Pablo II decía que quería suscitar en nosotros el asombro eucarístico porque de ese asombro vivimos. Que giremos en torno a la Eucaristía, que vivamos para Dios, sino, de nada sirve el resto de la estructura.

Comulgar es sumergirse en la comunión de los santos, y la comunión de los santos quiere decir que el Cielo se halla muy cerca de la tierra. “Quien comulga a Cristo se hace uno con él, tal como lo hacen dos pedazos de cera al derretirse”, escribía San Cirilo.

“En la liturgia eucarística se juega el destino de la humanidad”, afirmaba Joseph Ratzinger. Desde allí las personas encuentran a Jesús y a la Virgen, aumentan su capacidad de oración y de ayuda a los demás, se hace una continua comunicación con el Padre celestial, se toma conciencia de la providencia.

La revelación de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús culmina en la eucaristía. Dios se ha hecho Hombre por Amor, pero se ha escondido en un trocito de pan, para que tengamos más intimidad con Él, semejante a la que tuvieron la Virgen y los apóstoles con Jesús. Por medio de la eucaristía nuestro corazón puede convertirse en el Corazón de María, podemos albergarlo como lo albergaba Ella.

Le preguntaron a Madre Teresa cómo cambiar el mundo. Contestó: “abriendo más santuarios de adoración perpetua a la Eucaristía”. Hay aproximadamente 954 capillas de adoración al Santísimo en el mundo, 652 están en México. En el mundo hay seis millones de adoradores, de los cuales 4 millones son mexicanos.

La Santa Misa es el más poderoso acto de desagravio para expiar los pecados. A la hora de la muerte, el más grande consuelo será las Misas oídas en vida.

En la Biblia hebrea aparece muchas veces la palabra natán que quiere decir dar. Dios nos da el cielo, la tierra, el agua, los dones naturales y sobrenaturales, pero eso no le basta y luego se da a sí mismo. Dios hace una serie de promesas, promete una tierra prometida y lo que da es el Cielo, promete un Mesías, y las expectativas es que será un hombre de la casa de David al estilo de David, y da más. Dios cumple más de lo que promete, a diferencia de los políticos; pero estos no lo dan porque no pueden.

El Señor le reveló a Santa Gertrudis la Mayor: “Vuestra oración es sumamente potente y efectiva durante la consagración en la Santa Misa (es decir en la elevación) … Cada vez que alzas la vista para contemplar el Santísimo Sacramento, tu lugar en el cielo se eleva un tanto más”.

 
Imagen de BÙI VĂN HỒNG PHÚC en Pixabay


 

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