Por Arturo Zárate Ruiz
De ningún modo me opongo al sano idealismo, menos aún a aspirar a la perfección cristiana una vez que se cuenta con la plenitud de gracia del Señor.
Pero hay que caminar con los pies firmes en tierra si queremos alcanzar cualquier ideal. Es un error esperar, con sobreabundante credulidad, que México progrese para bien con base en personas tan imperfectas como nuestros políticos, es más, como nosotros mismos (esperanza que se dio durante esta temporada electoral, a punto de idolatría).
Jeremías truena así: «¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado».
En “Muerte en Telepress de Oriente”, cuento de ciencia ficción y de humor muy negro, mi amigo y paisano Schaffler nos habla de cómo unos inconformes logran destruir la red de internet con que las megacorporaciones ocultamente gobiernan y oprimen a la humanidad. Como en la película Matrix, hay personajes quienes, adquiriendo la estatura de redentores, sacrifican su vida por la causa. Sin embargo, en el cuento del neolaredense, tras ser destruida esa red, el mundo no necesariamente cambia —esta es la más grande diferencia con el filme—, pues el problema es más profundo: el hombre sigue siendo en gran medida cochino y corrupto. Uno de los héroes de la historia concluye sus días vendiendo ciberpornografía a un público siempre ávido de ella. La sensatez de la historia consiste en no esperar milagros de no cambiar antes el hombre mismo. Si al lector se le escapa alguna risa, es por haber imaginado posible un final feliz.
Ridículo idealismo que debemos evitar de no cambiar el hombre. Aun en el mejor país del mundo, con las leyes superiores y con recursos ilimitados, si los ciudadanos nos portamos como cerdos, de ofrecernos perlas, nos las comeremos, advirtió Jesús, en lugar de apreciarlas como se debe.
Debemos, por tanto, perseguir nuestros ideales sobre bases firmes. Los antiguos recomendaban ya las virtudes morales: justicia, prudencia, fortaleza y templanza. Con la justicia, por ejemplo, tratamos a cada quien según se lo merece, sin negarle los cristianos su dignidad de hijo adoptivo de Dios. Con la prudencia al menos actuamos bien informados, no según charlatanerías. Con la fortaleza somos valientes, laboriosos, pacientes, perseverantes. Con la templanza, no somos títeres de nuestros impulsos sino dueños de ellos, por lo cual no permitimos que se nos llene de humo ni caliente la cabeza, ni nos abandonamos a los apetitos según aparecen, sin revisar antes si nos conviene seguirlos.
Las Escrituras reconocen la práctica de las virtudes. San Pablo le recomienda a san Timoteo la justicia, la devoción, la fe, el amor, la constancia y la humildad, y también la misericordia, la benignidad, y la mansedumbre, y la paciencia. San Pedro nos recomienda a todos: «pongan el máximo empeño en incrementar su fe con la firmeza, la firmeza con el conocimiento, el conocimiento con el dominio de los instintos, el dominio de los instintos con la constancia, la constancia con la piedad, la piedad con el amor fraterno y el amor fraterno con la caridad. Pues si tienen todas estas virtudes en forma eminente, no serán inútiles ni estériles, sino que más bien alcanzarán el conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor. En cambio, quien no tiene todo esto es ciego y corto de vista, y se ha olvidado de que fue purificado de sus pecados pasados».
Sin negar de ningún modo que es necesario vivir las virtudes, hay que precisar su verdadera fuente. Nos dice san Pedro: «Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre?» Y el salmo nos lo advierte: «El rey no vence por su mucha fuerza ni se libra el guerrero por su gran vigor; de nada sirven los caballos para la victoria: a pesar de su fuerza no pueden salvar». Es acercándonos a Dios que seremos virtuosos, y siendo virtuosos que mejoraremos nuestra patria.
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