Por Juan Diego Camarillo

Del Sagrado Corazón de Jesús emerge todo bien; quien ha tenido experiencia del llamado de Jesús es a través del fuego de su Corazón. Algunos detectan fácilmente esa llamada y de dónde proviene; otros, con alguna opacidad, la reciben pero la descubren con el tiempo.

Todos los que somos llamados a evangelizar recibimos del Sagrado Corazón de Jesús su amor y su paz para compartir con los demás. En la vida, solemos engañar al corazón y este mundo ayuda menos a sentir ese amor y mucho más a poder reconocerlo; lo cambiamos por cosas mundanas. Los misioneros activos muchas veces lo escondemos renombrándolo como sabiduría o talentos, “reconociéndole” a Dios los mismos. Sin embargo, la gran verdad es que todo eso bueno que entregamos a nuestros hermanos y a nuestras comunidades es Amor de Jesús que se derrama a través de nosotros.

Volviendo al Corazón de Jesús nos volvemos más como Él; hacemos una barrera entre el mundo y nuestra alma. Dice un bello canto: “El amor de Dios es maravilloso, tan alto que no puedo estar más alto que Él, tan bajo que no puedo estar abajo de Él, tan ancho que no puedo estar afuera de Él. Grande es el amor de Dios.» Pues así pasa cuando estamos cerca de ese gran Amor de Dios: todo lo abarca, es inefable, pero es tan grande que ahí mismo caben nuestras iniquidades, caben nuestros grandes defectos y nuestra débil voluntad volcada a optar por las tentaciones. Pero el Corazón de Jesús es fuego, un fuego que quema todo eso malo que llega a penetrar nuestra alma. Solo acercándonos al corazón ardiente de Jesús encontraremos la solución a nuestros problemas, la respuesta a las grandes dudas de nuestro vivir, la necesidad de transformarnos y ser más como Jesús y mucho más fácil hallar la Verdad en este mundo de cabeza.

Jesús se le apareció a Santa Margarita, ferviente de expresar la necesidad de ser saciado con el amor de los hombres a su Sagrado Corazón. Me atrevo a decir que Jesús, siendo Dios, puede quitarse esa sed, pero ha decidido sufrirla aún desde el Cielo, porque quiere que descubramos ese amor que se derrama con su Divina Providencia y transforma todas las realidades y desde luego la vida personal.

Estemos abiertos a amar a Jesús sin buscar ningún provecho. Lamentablemente, hemos visto cómo la fe al Sagrado Corazón, específicamente con algún sacramental como el “detente”, ha sido objeto de una fe milagrera y supersticiosa que a Jesús no le agrada. Ojalá que redescubramos la belleza de amar a Jesús sin tener pensamientos ventajosos. Quien lo ama sin esperar nada a cambio recibe de Él gracias inimaginables.

 

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