Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
La palabra corazón puede tener y ha tenido en la historia, diversas acepciones. En la Iglesia, más allá de su sentido moral de buena conciencia como buen corazón o mala conciencia identificada como mal corazón, presenta al corazón en sentido bíblico, como ‘lo más profundo del ser’, así en Jeremías 31, 33, ahí donde la persona se decide por Dios, como lo afirma directamente el Catecismo de la Iglesia Católica (Nº 368).
El corazón es una palabra clave para expresar la unidad de la persona en su realidad total, como cuerpo y alma, en el conjunto de espíritu encarnado, unidad que constituye su naturaleza.
El corazón viene a ser, más que una metáfora, un símbolo real de la unión interna del cuerpo y del alma, lo más profundo del ser.
Así el corazón es apertura relacional a Dios y a las personas.
Para el teólogo Karl Rahner, -porque tiene un hermano llamado Hugo Rahner que fundamenta la devoción bíblica y patrística al Corazón de Cristo-, nos señala que el Corazón de Jesús, es ‘el símbolo real’ de todo el amor de Cristo al ser humano.
El Verbo encarnado en el seno purísimo de la Virgen, se humana para ‘vivir divinamente la pasión humana’, como señala Mons. Juan Antonio Martínez Camino; y continúa, ‘sin cuerpo y sin corazón, en el sentido más real del término no sería posible el Amor divino como él ha revelado que es en verdad’.
Para el evangelista san Juan es un signo primordial de la autorrevelación de Dios en Cristo, el Costado traspasado de Jesús (cf Jn 19, 34 ss), que recoge la profecía de Zacarías (12, 10). Así como Dios forma de la costilla, costado, corazón de Adán a Eva, del nuevo Adán dormido en la Cruz, de su Costado y Corazón traspasados, por el agua, la sangre y el Espíritu se señala el origen de la Iglesia.
Como afirma Edouard Glotin, para san Juan el ‘signo de Cristo Traspasado (en su Costado-Corazón) es un resumen bíblico de todo el cristianismo’. Es la muerte, así con la lanzada, como el cordero inmolado con la última incisión en el templo, como produce la vida que llegará a su culmen con la resurrección. La sangre y el agua para los semitas son vitalidad y fecundidad.
Podemos considerar al Corazón traspasado como la clave del mensaje de san Juan; es el Corazón traspasado del Redentor, el símbolo de la salvación, de la más plena misericordia, el nivel cualitativamente más alto del Amor.
La herida del Corazón traspasado de Jesús es el manantial permanente de la misericordia, actualizados por el agua, -el bautismo, y la sangre, – la Eucaristía, sacramentos que hace la Iglesia y hacen a la Iglesia, aunados al sacramento del perdón, mediante la eficacia del Espíritu Santo.
Más allá del nivel sacramental de la misericordia del Corazón de Jesus, hemos de descubrir los secretos de su Corazón, mediante esa relación personal. Es necesario conocer los toques íntimos y delicados de su sacratísimo Corazón.
Nuestros hermanos humildes y sencillos, son los que conocen mejor a Jesús por su Corazón; ellos mejor que nadie, saben ‘que solo se ve bien con el corazón porque lo esencial es invisible para los ojos’ como sentencia Antoine de Saint-Exupéry. Por eso Jesús da gracias al Padre (cf Mt 11, 25-30). Ellos acuden al Corazón de Jesús para aprender la mansedumbre y encontrar en su Corazón santísimo, el Sabath, es decir, el Descanso.
Podemos aprender de ellos, ciertamente, pero conviene acudir a él, para descansar en su Corazón manantial de misericordia y de paz para llegar a tener sus mismos sentimientos, y amar lo que él ama con su mismo Corazón: al Padre, al Espíritu Santo, a la Virgen Santísima, a la Iglesia, a los niños, a los pobres…
En esta perspectiva podemos orar con esta jaculatoria, dardo de amor para su Corazón: ‘Sagrado Corazón de Jesús, perdónanos y sé nuestro Rey’. La herida de su Corazón es el manantial del perdón; sólo él puede gobernar nuestra interioridad, el centro de nuestro ser.
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