Por P. Fernando Pascual

Cientos de miles de embriones humanos congelados están a merced de las decisiones de quienes tienen casi todo el “poder” sobre ellos.

Esos embriones pueden ser descongelados en vistas a continuar su desarrollo en el seno de sus madres biológicas.

O pueden ser abandonados, cuando quienes los produjeron ya no muestran ningún interés por ellos.

O pueden entrar en el mercado de compra y venta de embriones, para quienes deseen adquirirlos y así intentar tener un hijo.

O pueden ser destruidos, para dejar su puesto a otros y ahorrar costos de congelación.

O pueden ser usados (dicen que “cedidos”) por investigadores, que los tratarán como material biológico “de interés” para luego destruirlos.

Esos cientos de miles de embriones humanos congelados, sin embargo, tienen una dignidad intrínseca, por el simple hecho de pertenecer a nuestra especie.

Esa dignidad ha sido violada cuando fueron “producidos” como “sobrantes” en vistas a eventuales nuevos ciclos de fertilidad o para otros usos.

Esa dignidad ha sido violada cuando no se les ofreció la oportunidad de desarrollarse en el seno de sus madres.

Esa dignidad ha sido violada cuando fueron congelados arbitrariamente, porque algunos adultos pensaron que podrían ser útiles en el futuro.

El mundo moderno no puede ignorar la injusticia que se ha cometido con esos embriones congelados, que merecen ser reconocidos en su dignidad.

Por eso, resulta urgente poner en discusión todas aquellas técnicas de reproducción asistida que tratan a los embriones humanos como objetos de producción, como ya había señalado en 1987 un documento vaticano titulado “Donum vitae”.

Toda técnica que use a seres humanos como productos atenta directamente a la dignidad de esos seres humanos en su fase inicial de existencia, y debe ser prohibida por respeto a esa dignidad.

Igualmente, frente a los miles de embriones humanos congelados, hace falta buscar soluciones que respeten su dignidad.

Entre esas soluciones hay que excluir cualquier destrucción arbitraria, cualquier “mercantilización” de los mismos (venderlos como si fueran objetos), cualquier uso en experimentos que luego los destruyan.

Buscar modos concretos para respetar la vida de esos embriones congelados resulta urgente, porque su dignidad exige que sean reconocidos y tratados como miembros de la gran familia humana, merecedores de respeto y de protección.

 


 


 

Por favor, síguenos y comparte: