Por P. Fernando Pascual
El hombre en cuanto hombre, un día, morirá. El modo con el que llegará la muerte varía: unos mueren por indigestión, otros al resbalar por las escaleras, otros por culpa de un virus.
Aristóteles distinguía entre lo que es necesario (todo hombre, tarde o temprano, muere) y lo que es accidental o contingente: no sabemos si Juan o Carmen morirán de gripe o por tropezarse en la calle.
Puede parecer sorprendente que la historia recoja un sinfín de accidentes, de hechos que ocurrieron no por necesidad, sino de modo accidental.
Así, aquel general venció esa batalla porque el día anterior había llovido. Ese industrial se empobreció porque un periodista inventó una noticia falsa sobre la marcha de la bolsa que provocó pánico en los bancos y los inversionistas.
Al mirar la propia historia personal (nuestra biografía), nos sorprendemos al descubrir que nuestros padres se conocieron “accidentalmente”, que un médico acertó en la terapia “por casualidad”, y que la excursión tan soñada se convirtió en pesadilla cuando me fracturé un hueso en la montaña…
La historia humana, en lo grande y en lo pequeño, transcurre entre lo necesario y lo accidental, entre fenómenos como la fuerza de gravedad y “coincidencias” que ni siquiera los más prudentes pudieron haber previsto.
Constatar cómo toda biografía se escribe así, con una tinta tan frágil, puede crear algo de miedo. Incluso a veces nos preguntamos: ¿cómo algo tan importante como la vida puede depender de accidentes tan incontrolables?
A pesar del estupor que surge ante lo imprevisible, estamos aquí, sorprendentemente vivos, mientras en cada momento se nos pide tomar nuevas decisiones.
Esas decisiones, contingentes y libres, se cruzarán con otras decisiones y con fenómenos naturales necesarios, y producirán resultados que van desde un nuevo contrato laboral hasta un encuentro “fortuito” con un amigo de infancia que empieza a ser nuestro compañero de trabajo.
No sabemos lo que vaya a ocurrir en las próximas horas, días, semanas. Quizá solo después de lo ocurrido, cuando reflexionemos sobre los hechos necesarios y los hechos accidentales que se cruzaron en nuestro camino, empezaremos a comprender que había un designio, un proyecto.
Ese designio, misterioso y magnífico, nunca del todo descifrado, me iba acercando, poco a poco, al encuentro con un Dios que me ama y que explica y fundamenta el sentido auténtico de mi propia historia personal…
Imagen de Sasin Tipchai en Pixabay