Por Jaime Septién
Es de sabios, dice el refrán popular, cambiar de opinión. Es de tontos no aprender de la realidad y conservar un juicio contra las evidencias. En estas elecciones nos pasó una aplanadora por encima. No la vimos venir. Creímos que la cuestión principal era hablar de política y de partidos. Pero la cuestión principal era hablar de valores morales y religiosos. Ver más allá de filias y fobias.
En el libro del Eclesiastés se lee el siguiente consejo de vida: “Acuérdate de tu Creador antes que el cántaro se rompa contra la fuente”. En otras palabras: no pongas tu esperanza en el poder terrenal, porque siempre te va a defraudar. Y ese poner la esperanza en “el que sigue en la silla presidencial” es como tener por cierto que alguien va a darle rumbo, cohesión, alegría y significado a mi existencia concreta. Dejamos, entonces, de hablar de lo esencial para ocuparnos de pronósticos, estadísticas, apariencias y presagios.
La palabrería política de estos meses, la brutal polarización que ha generado en la sociedad el discurso presidencial, nos han hecho perder de vista lo que nos corresponde, que no es otra cosa que defender en nuestra familia, en nuestro entorno inmediato, los valores morales y religiosos que fundamentan a la nación mexicana. Hemos perdido la brújula. A tal grado que hay quien dice que después de esta elección ya no tiene sentido vivir en este país.
Pensar que el sentido de la vida viene del poder político es una especie de suicidio. Debemos —en estos momentos de prueba— acordarnos de nuestro Creador antes que el cántaro que contiene nuestra alma se rompa contra la fuente del desaliento. Y pensar como lo sugiere el ensayo del filósofo Jean Grondin (Del sentido de la vida): “La vida que tiene sentido —en latín se diría la vida que sapit, que tiene sabor y que siente el sentido— es la vida que se compromete con un sentido que la trasciende”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de junio de 2024 No. 1510