Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

El pueblo, palabra traída y llevada por unos y otros, realidad de la gente que vive como puede, soportando desengaños y esperando promesas. La gente corriente de los pueblos y de los barrios, hombres y mujeres de vida callada y sufrida, y a la vez grande. El pobre pueblo de las mil pobrezas y las mil esperanzas.

El pueblo explotado. No se mira dueño de lo que produce, enriquece a los mismos que lo empobrecen. No es pobre por destino fatal, sino empobrecido por la decisión calculada de otros hombres, sus “hermanos”.

El pueblo dominado. Nació libre para pensar, decidir y crear; pero hay sátrapas que lo despojan de su autonomía. De rey de la creación, pasó a ser esclavo de otros hombres.

El pueblo oprimido. No tiene acceso a la cultura, al poder, a las decisiones colectivas. Otros deciden en su lugar y controlan su destino.

El pueblo triste de los niños. A unos no se les deja nacer, a otros no los dejan vivir su infancia. Huérfanos con padres, porque no los aman. Lanzados a las calles urbanas donde los niños entierran, entre drogas y prostitución, su inocencia y su futuro.

El pueblo rebelde de los jóvenes. En vano tocan puertas para encontrar su lugar en la vida o para que los adultos les permitan conformar el mundo que reclama su sentido de verdad y de justicia.

El pueblo sumiso de las mujeres. Media humanidad aún no logra el pleno reconocimiento de su dignidad y de sus derechos. Todavía es la menor edad, el objeto sexual, al margen de la comunidad humana.

El pueblo resignado de los enfermos. Cargan con el dolor y con su sentido inexplicable y misterioso. Tratados como números en muchos hospitales, olvidados por la familia y, en el caso de los sidosos, rechazados por una sociedad sexista y materializada, responsable del sida.

El pueblo de los viejos. Viejos en años, ricos en experiencia, han perdido su vida para que otros la continúen disfrutando. Vegetan en el olvido de un mundo que mide al hombre por su capacidad productiva.

El pueblo de la utopía. Comienza a saber que no es imposible la paz. Ni es inalcanzable la justicia. Ni es utópico el amor. Millones de seres humanos están despertando, reclaman sus derechos en un mundo nuevo que será de todos, y entregan su palabra, su vida y su sangre para alumbrar en el presente la comunidad resucitada del futuro.

Artículo publicado en El Sol de México, 20 de marzo de 1997; El Sol de San Luis, 29 de marzo de 1997.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de junio de 2024 No. 1510

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