Por P. Fernando Pascual
La ética toca continuamente nuestras vidas, desde las decisiones más importantes hasta las más sencillas.
Unas páginas de un libro de Robert Spaemann (1927-2018) ilustran esta idea. Spaemann imagina a un médico que recomienda a su paciente varios días de reposo para restablecerse lo antes posible.
El paciente acogerá lo que le dice el médico según varias perspectivas. Una: su deseo de recuperar la salud. Otra: una serie de compromisos que tiene con la familia o con el trabajo. Otra: haber comprendido suficientemente la utilidad de lo que le propone el médico.
Según esas perspectivas, un primer paciente empezará el descanso, si cree que los consejos del médico son adecuados y si desea, de verdad, recuperarse completamente.
Otro paciente que reciba el mismo consejo buscará alternativas, sea porque no le convence del todo lo que le ha dicho el médico, sea porque se encuentra en una situación que le exige seguir en pie por el bien de la familia o del trabajo.
Un tercer paciente, sencillamente, no dará tanta importancia a su salud y actuará con la idea de que con un poco más de sueño, pero sin tener que seguir a rajatabla lo que le ha dicho el médico, podrá curarse.
Este sencillo ejemplo muestra la complejidad de las decisiones y lo necesario que resulta elaborar buenas reflexiones éticas a la hora de evaluar la bondad o maldad de lo que cada uno decida.
La ética sirve precisamente como ayuda para identificar qué bienes están en juego en cada situación humana, cuáles sean las opciones claramente negativas (pecados), las indiferentes (opcionales), y las buenas revestidas con un tinte de obligación (deberes).
En el caso del enfermo que escucha al médico, resulta claro que la decisión depende de varios factores, incluso de las prioridades que ese enfermo encuentra ante sus ojos. A veces puede ser necesario no guardar reposo cuando en casa hay otro familiar más enfermo y, por lo mismo, más necesitado.
El ejemplo del enfermo ante las indicaciones del médico ilustra algunos aspectos que nos ponen ante las puertas de la ética, y nos estimulan a profundizar en los motivos que llevan a distinguir entre aquellas opciones que son buenas (incluso obligatorias) y aquellas que son malas (que habría que evitar categóricamente).
En otras palabras, la ética no es una disciplina abstracta, alejada de las complejas situaciones que experimentamos cada día. Al contrario, sirve para iluminar nuestra mente a la hora de reflexionar sobre cuál sea aquella opción que nos permita realizar el bien en esta concreta encrucijada de la vida.
(Estas ideas están inspiradas en el primer capítulo de la siguiente obra: Robert Spaemann, Ética. Cuestiones fundamentales, EUNSA, Pamplona 2007).
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