Por P. Fernando Pascual
Las decisiones encauzan nuestras vidas, crean modos concretos de pensar y de comportarse, escriben páginas que no se pueden cambiar.
Aquella carrera elegida tras el consejo de un amigo, aquel trabajo aceptado con prisas, aquel viaje cancelado, aquel encuentro con alguien al que luego acogimos en nuestra vida.
A veces pensamos que las decisiones trazan un camino en el cual quedamos, poco a poco, aprisionados, hasta llegar a un punto en el que ya no sería posible cambiar.
La realidad es que siempre podemos cambiar, mientras se conserve encendida esa libertad que nos caracteriza.
Por eso, con pena vemos cómo alguien que iba por el buen camino un día comete un desliz que lo derrumba.
Al revés, con alegría constatamos cómo ese familiar o amigo, que ya parecía encadenado a opciones egoístas, rompe con su pecado y empieza un hermoso camino de conversión.
Es cierto que existen decisiones que provocan marcas imborrables, sobre todo en temas relativos a la salud física o mental.
Pero mientras exista una mente abierta a la verdad y un corazón disponible para el amor, las opciones siguen ante nosotros, y los cambios, por difíciles que parezcan, pueden hacerse realidad.
Este día tomo decisiones. Muchas de ellas siguen los rieles del pasado: resulta fácil repetir acciones que se han convertido casi en una rutina.
Otras decisiones, sobre todo si hemos cometido errores, se construyen desde algo nuevo y nos llevan a cambios que, esperamos, mejoren nuestras vidas.
Sobre todo, si acogemos la luz de Dios que nos permite reconocer egoísmos y pecados del pasado, recibiremos una misericordia que nos salva y nos permite cambiar para introducirnos en el camino de la vida verdadera…
Imagen de Arek Socha en Pixabay