Por P. Fernando Pascual

Entre las muchas oraciones de los primeros cristianos, hay una que expresa acción de gracias, alabanza, y una total confianza en Dios.

Esa oración se rezaba en un monasterio al final de las cenas, y nos ha llegado gracias a una homilía de san Juan Crisóstomo. La oración dice así:

“Bendito sea Dios, que me alimenta desde mi juventud, que da alimento a toda carne. Llena de alegría y de júbilo nuestros corazones, a fin de que, teniendo en todo momento lo suficiente, abundemos en toda obra buena en Cristo Jesús, Señor nuestro, con el cual sea a ti la gloria, el honor y el poder juntamente con el Espíritu Santo por los siglos. Amén.

Gloria a ti, Señor; gloria a ti, Santo; gloria a ti, Rey, porque nos has dado alimentos para nuestra alegría.

Llénanos del Espíritu Santo, a fin de que seamos hallados gratos en tu presencia y no seamos confundidos cuando des a cada uno según sus obras”.

San Juan Crisóstomo comenta en sus diferentes detalles esta bella oración, en la que brilla una nota sorprendente: la alegría.

Esa alegría, al llenar los corazones, permite lanzarnos a vivir santamente, a abundar “en toda obra buena en Cristo Jesús”.

Esa alegría nos lleva a alabar a Dios, a glorificarlo, a agradecer tantos dones que ofrece “desde mi juventud”.

La oración pide el don del Espíritu Santo, de forma que podamos ser “hallados gratos en tu presencia y no seamos confundidos cuando des a cada uno según sus obras”.

Dios nos da comida, nos da aire, nos da agua. Sobre todo, Dios nos da el don del Amor, su Espíritu, que nos permite creer y vivir con esperanza.

La oración de aquellos monjes del desierto nos muestra cómo podemos también hoy alabar a Dios y pedirle esa ayuda que tanto necesitamos para vivir según el Evangelio.

Así lo explicaba, en su comentario, san Juan Crisóstomo: “pongamos ahora delante ese himno maravilloso de los monjes, despleguémoslo enteramente, veamos los provechos que podemos sacar de él, y cantémoslo continuamente nosotros en nuestra mesa, a fin de reprimir así los excesos de la gula e introducir en nuestras casas las leyes y costumbres de aquellos ángeles”.

(Esta oración fue explicada por san Juan Crisóstomo en la Homilía 55, de sus Homilías sobre el Evangelio de San Mateo).

 
Imagen de Jose Antonio Alba en Pixabay


 

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