Por P. Fernando Pascual
En una carretera, una placa recuerda a un difunto. La placa está firmada con una fórmula llena de cariño: “Tus amigos de verdad”.
Hablar de “amigos de verdad” nos abre a un problema: no todos los amigos son de verdad. O, lo que es lo mismo, entre los amigos, algunos lo son en serio, otros no tanto, y no faltan los falsos amigos.
¿Quién sería un “amigo de verdad”? No solo alguien que muestra afecto, que escucha, que comparte, que acompaña. Su amistad tiene que ir más a fondo, en los momentos buenos y en los momentos malos.
En cambio, el amigo que no es de verdad se olvida del otro, lo deja a un lado si hay problemas, o incluso le da la espalda cuando tendría que defenderlo.
Cuando alguien nos dice “soy tu amigo”, surge la pregunta: ¿será un amigo de verdad? ¿O lo dice por decir? ¿O ahora me quiere, pero no sé qué pensará mañana?
Por eso, cuando llega el momento del dolor, de la prueba, el falso amigo suele desaparecer, pero brilla con más fuerza el amigo de verdad.
Si nos llena de alegría encontrar un verdadero amigo, también deberíamos pensar si hemos llegado a ser para otros amigos de verdad.
Porque mi vida, que recibe mucho amor de personas buenas y sinceras, está hecha para amar, para entregarme al otro, especialmente cuando pasa por un momento difícil.
Amigos de verdad: ojalá haya muchos, dispuestos a ayudarnos en los momentos duros, felices de compartir nuestras alegrías, y siempre asequibles cuando hace falta un buen consejo o un consuelo ante las pruebas de la vida.
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