Por Rebeca Reynaud

La iniciación cristiana ofrece “el arte de vivir”, porque vincula con Aquel que ha venido para darnos vida y Vida en abundancia (cfr. Juan 10,10). Jesús es el Viviente y la catequesis, al poner en contacto con Él, posibilita recibir su vida y llegar a ser feliz.

“No se nace cristiano, se hace”, esta afirmación de Tertuliano (siglos II-III) goza hoy de gran actualidad.

¿Cómo transmite la catequesis la vida de Jesús? De igual modo a como Él lo hizo con sus discípulos y después hicieron las primeras comunidades cristianas. Jesús les enseñaba a conocer los misterios del Reino de Dios (cfr, Mateo 13,11), les enseñaba a orar, les inculcaba las actitudes evangélicas de ser mansos y humildes de corazón, les iniciaba en el apostolado al decirles que fueran de dos en dos a predicar (cfr. Lucas 10,1).

La catequesis entrega la nueva vida de Cristo formando en su estilo de vida, lo cual lo realiza mediante las virtudes humanas –sobriedad, justicia, templanza, fortaleza y prudencia- y las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad).

El entrenamiento

Un cristiano aprende a orar, orando, diciéndole quizás a Dios: “No sé orar, pero aquí estoy, quiero escucharte…”. Del mismo modo pasa con la vida cristiana. Se aprende a ir a Misa con atención devoción, a recibir los sacramentos con reverencia, con sentido de lo sacro.

Una persona llega a ser madura cuando llega a tener un estilo de vida propia de un hijo de Dios, que le identifica como tal. La adquisición de un estilo de vida semejante a Jesucristo no es espontánea, requiere la gracia de la conversión.  Esto es un proceso en el cual el discípulo va configurando sus modos de pensar, de actuar, de sentir, semejantes al de su Maestro. Todo ello debe enraizarse en una experiencia humana.

Es bueno que el discípulo piense a media mañana, ¿qué le he dicho hoy a Jesús? ¿Le he manifestado que le amo? Con las palabras y con los hechos. El cristiano da gracias por cada día que se le concede, por el pan, por el cielo azul o nublado, por el techo, por la compañía de los demás. Se necesita una práctica de las virtudes evangélicas: del desprendimiento de los bienes terrenos y de la pureza de vida. Todos necesitamos de los bienes materiales, sin embargo, hemos de usar con ellos con desprendimiento, sabiendo que son dones de Dios. Somos administradores de ellos, no dueños.

La vida cristiana es siempre obra de la gracia. En vez de pretender conquistarla hemos de recibirla con humildad y alegría. También se ha de enseñar la acogida de las mociones del Espíritu que es el que verdaderamente transfiere la vida de Cristo a los discípulos.

Juan Carlos Carvajal –miembro de la Comisión Internacional de Catequesis- afirma que nadie puede ser cristianos por libre, “a su manera”, cuántos pretenden serlo pensando que la fe es algo tan íntimo que nadie puede mediar en la relación que tiene con Dios. Jesús reúne a la familia de Dios por la escucha de su Palabra (Marcos 3, 31-35). Jesús les pedía que hicieran de su Persona el centro y de su Palabra la orientación de su vida.

El Papa Francisco dice que “la comunidad está llamada a crear ese espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado”. La promesa de Jesús es clara: quien ama, guardando sus palabras, será bendecido por el amor del Padre, que hará morada en él (cfr. Juan 14,23).

 
Imagen de Ray Shrewsberry • en Pixabay


 

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