Por Arturo Zárate Ruiz
Algunos atribuyen el gusto por las películas de suspenso, violencia, terror, monstruos y aun diablos a la liberación natural de endorfinas tras cada susto; que ellas causan placer y aun adicción, como cuando muchos mexicanos nos torturamos con toneladas de chile. En cualquier caso, ese gusto por dichas películas lo atribuyo también a ciertas edades, la adolescencia, en que a no pocos muchachos les da por lo “emo” o lo “gótico” por malhumorados y obsesionados con la muerte.
Tal vez por viejo, evito ahora estas películas. Las prefiero ligeritas, sin emociones fuertes. En cualquier caso, no recomiendo aquéllas si conducen a obsesionarse con la muerte, el mal y aun el diablo. Podrían ser ocasión de ponerse a dialogar con Satanás, algo que el papa Francisco nos pide que no hagamos. Peligroso.
Dicho esto, cabe aun así reconocer aspectos positivos de algunas películas sobre demonios. El Exorcista, en 1973, fue una pionera en el género. Tiene muchos defectos. Demasiado gráfica, lo que no quiere decir que los diablos no hagan muchísimo daño, pero como han señalado expertos en exorcismo, no son ellos tan exhibicionistas: prefieren no ser notados para que no creamos en su existencia. Otro defecto podría ser describir los exorcismos como casi inmediatos pues requieren, advirtió el Señor, de mucha oración y ayuno. Lo más erróneo, tal vez para producir endorfinas en una audiencia ávida de ellas, fue presentar a un demonio triunfante: nunca lo es frente a Dios. Aunque los sacerdotes finalmente liberan a la niña poseída, el más viejo muere de un ataque al corazón en el proceso, y el joven (uno “buena onda”) acaba poseído por el diablo y suicidándose.
En cualquier caso, El Exorcista, a su modo, prestó un servicio a la evangelización. Sobre todo, recordó a un público olvidadizo que Satanás y sus diablos existen, es más, que ellos quieren nuestra destrucción. Mostró además que la Iglesia es muy cautelosa en diagnosticar las posesiones demoniacas. Se debe antes descartar cualquier explicación natural de las perturbaciones en cuestión, como cuando se habla de milagros. En la película, la niña poseída es tratada antes del exorcismo por todo un grupo de médicos de primer nivel, quienes fracasaron y no pudieron aclarar lo que ocurría. No menos importante, mostró que el ministerio del exorcismo es de la única Iglesia, la católica. No puso a un pastor protestante a realizarlo. No en pocos casos, cuando uno de estos pastores se enfrenta de veras a una posesión diabólica, en lugar de lidiar él mismo con el demonio, acude a un sacerdote: éste es el competente.
Otra película muy interesante, aunque todavía muy gráfica (pero no tanto), es la de El Rito (2011). Su trama versa sobre un muchacho, cuyo catolicismo era de cafetería: nomás aceptaba lo que le convenía, por lo cual no creía ni en el diablo ni en el infierno. Además, era tramposo pues se metió al seminario para que le pagasen su educación universitaria. El rector oportunamente le advirtió que si no se ordenaba sacerdote y no creía en lo que afirma la Iglesia tendría que pagar él sus colegiaturas. Para corregirlo, este rector envía al seminarista tramposo al Vaticano a estudiar con un exorcista, quien, sin embargo, también es tramposo y ejerce su ministerio como le da la gana. En fin, sin detallar más, el cura viejo acaba poseído por Baal y es el seminarista quien libera a este sacerdote de su perdición.
Hay varios aspectos positivos en esta película. Uno de ellos es el advertirnos que no debemos dialogar con los diablos. Varios de los poseídos presentados estaban obsesionados por lo demoniaco. También El Rito nos advierte sobre el peligro de irse por la libre. El cura viejo finalmente es poseído por no respetar las normas de la Iglesia. Además, nos recuerda sobre la intervención de nuestro Ángel de la Guarda: protege al seminarista. Casi lo más importante es que el seminarista por fin cree en el diablo y su perfidia. Lo superior nos lo ofrece la escena final. Este seminarista se ordena y ejerce preferentemente su ministerio en el confesionario. Es allí donde, con el exorcismo ordinario, no el de Hollywood, expulsa demonios.