Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Los discípulos de Jesús, quienes primero escucharon y guardaron en su corazón la palabra y el testimonio del Señor, fueron convertidos en Apóstoles, plenos del Espíritu Santo para llevar la Buena Nueva del Reino, primero a Israel y luego, al mundo entero, a través de los siglos y de la geografía, por aquellos que serían sus Sucesores, agregados al Colegio Apostólico y a sus inmediatos colaboradores, presbíteros y diáconos.
Su misión depende del Padre por medio del Hijo encarnado bajo el impulso del Espíritu Santo. Misión del Hijo por mandato del Padre y la misión del Hijo continuada por los Apóstoles mediante la misión del Espíritu Santo.
El Jesús histórico da el mandato de testificar la Buena Nueva en Israel, primero diríamos, como una preparación con las indicaciones que nos hablan de esa pobreza que da la libertad de espíritu ‘…llamó Jesús a los Doce, los envío de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino…’ (Mc 6, 7-13), después una vez de haber sido crucificado y resucitado, antes de ascender al Cielo, Jesús Cristo les dice: ‘Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos: bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos’ (Mt 28, 18-20).
La misión profética de la Iglesia se enmarca en el espacio y el tiempo, como fenómeno histórico, a partir del Acontecimiento central que es la Autorrevelación plena de Dios que es Cristo mismo, en virtud de su encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección. Desde aquí valoramos su centralidad en la Historia, en la perspectiva de Historia de la Salvación. La entendemos, pues como cumplimiento de las Escrituras, como memoria, como profecía, como don de Dios y como expresión del misterio de salvación.
Como creyentes leemos la Historia en y desde la Pascua de Cristo Jesús: ‘Hagan esto en memoria mía’.
Cada generación, abierta al Espíritu de Dios ‘en el conocimiento de la verdad’ (1Tim 2,4), manteniendo la enseñanza de los Apóstoles y en su misma sucesión en el Colegio Episcopal cuya cabeza y garante de la unidad y universalidad es Pedro en la persona del Papa, en la conservación e interpretación auténtica de las Escrituras, exentas de fraude en fidelidad y en asistencia por el Espíritu Santo a Jesús en la Iglesia, santa, católica y apostólica, en la vivencia de la caridad (1Cor 12, 31).
Como misterio no percibimos del todo la trama de la historia; solo fragmentos. Por eso como señala Hans Urs von Balthasar,’ El orden del Espíritu Santo es hasta tal punto el de la libertad y el de la infinidad divinas, que no se deja encerrar en las categorías de la historia y de humanidad. Las líneas que nosotros podamos trazar…únicamente nos mostrarán algún aspecto del sentido total, que por su misma infinidad, sigue siendo imposible abarcar con la mirada’; por eso son insostenibles los integrismos de lo accidental -temporal puestos a la orden del día, como arietes para destruir la comunión en la Iglesia.
A partir de la tierra de Jesús se trabaja por trasformar el mundo romano de pagano en cristiano. Del siglo primero al siglo tercero es la Iglesia de los Apóstoles, de los Mártires, de los primeros Padres de la Iglesia.
Del siglo cuarto al quinto se da una armonía relativa entre la Iglesia y la civilización de la época: primeros Concilios Ecuménicos, origen y desarrollo del monaquismo, la edad de oro de los Padres de la Iglesia.
En la Edad Media se tendrá una cristiandad feudal por la acción evangelizadora y civilizadora de la Iglesia en medio los llamados ‘pueblos bárbaros’, quienes provocaron la caída del Imperio Romano. Nuevo Imperio de Occidente con Carlo Magno, la extensión rápida del Islam.
En el siglo once se da la ruptura entre las Iglesias de Constantinopla y de Roma. Comporta un período de síntesis entre la Iglesia y la sociedad europea de Occidente.
Del siglo décimo al siglo quince, el papado será guía y autoridad en la sociedad medieval. Se darán las luchas de influencias y las cruzadas. Se tendrá la renovación de la vida religiosa con santos eminentes como san Bernardo, san Francisco, santo Domingo. Teólogos grandes como santo Tomás de Aquino, san Buenaventura. Se creará la Inquisición porque los cátaros y valdenses son un peligro de agresión real contra poblados que no acepten su enseñanza herética; se pide por parte de la autoridad civil un tribunal que juzgue la ortodoxia de la doctrina y el brazo secular aplica la sentencia. Se da la decadencia de la Europa cristiana. Se da el principio del humanismo y del Renacimiento.
En siglo dieciséis principia una cristiandad nueva, diseñada paulatinamente por las corrientes de las ideas del mundo moderno. Comienza el período mundial de la Historia de la Iglesia.
De este siglo dieciséis hasta el siglo diecinueve.
Aunque de diversos modos se ha dado la defensa en la Iglesia, ahora se entra característicamente a una Iglesia en autodefensa por las formas contestatarias provocadas por la Reforma protestante. Se dará la contrarreforma católica. Surgirán congregaciones religiosas nuevas.
Después del concilio de Trento la Iglesia europea adopta una modalidad centralizante.
Gran explosión misionera fuera de Europa. Se dará la contestación contra la religión cristiana por el racionalismo y la Revolución Francesa.
Aparecen las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo y las posturas contrarias a la existencia de Dios.
En siglo veinte, la Iglesia cambia la postura de autodefensa de la Iglesia y por el Concilio Vaticano II, se tendrá una Iglesia en diálogo, intraeclesial y con el mundo moderno. Con el Papa Francisco, bajo la novedad del Espíritu Santo, se da una Iglesia en sinodalidad, que en América Latina, se ha tenido en las Iglesias particulares o diócesis con los planes de pastoral en el cual participa el Pueblo de Dios.
A través de esta visión esquemática de la Historia de la Iglesia percibimos cómo la Iglesia para continuar su misión profética se ha enfrentado a diversos contextos.
Los retos continúan. Enfrentamos tiempos de transformación cultural. Cambian las creencias en una volatililidad imparable, al igual que los valores pierden su objetividad; cambian las costumbres, el lenguaje y los patrones referenciales.
Los sistemas económicos variopintos y un progreso tecnológico que nos desborda, día con día. Por la ‘aldea global’, nadie es ajeno para nadie.
El gran problema de la humanidad se centra en la necesidad de una orientación ética que valore la ontología de la persona, su grandeza y su dignidad.
Debemos liberarnos de los fanatismos de cualquier cuño, seculares o religiosos.
Es perenne la invitación de proclamar el Evangelio de Jesús, a toda creatura; siempre ha sido importante la conversión del corazón. Proclamar el Evangelio de modo humilde, sincero, dialogal, con una vida sencilla y sobria. Vivir y celebrar el mandato del Señor: ‘hagan esto en memoria de mí’.
El beato Carlos Acutis, ‘el santo de los milenials’, nos señala el camino para que continúe la misión profética de la Iglesia hoy.