Por Rebeca Reynaud

El encuentro con un libro supone para millones de personas el umbral de entrada al mundo de la verdad, de la belleza y de la libertad. Más aún, la vida del mismo Dios nos ha sido narrada en un libro.

Por muchas razones los libros ocupan un lugar fundamental en la vida cultural de los hombres. Los argumentos, historias, ejemplos y metáforas que aprendemos en los libros llenan de razones y de palabras nuestro andar diario. Las actitudes que desarrollamos en la lectura —deseo de aprender, búsqueda permanente, discernimiento, descubrimiento de conocimientos nuevos— ayudan a enriquecer la interioridad propia y las conversaciones.

Los buenos libros actúan solos: el lector entabla un diálogo con su autor, que acaba creando como una cierta forma de amistad. . Los textos arrojan luz sobre la existencia personal y sobre los problemas del mundo: son fuente de sentido.

Se ha dicho que la literatura es como un espejo que el hombre levanta ante sí y le ayuda a conocerse. En efecto, las grandes obras de la literatura universal proporcionan un profundo conocimiento del alma humana.

En los libros aprendemos a transmitir conocimientos, a expresar sentimientos, a compartir experiencias.. En particular, los grandes libros ayudan a comprender con mayor profundidad el alma humana. Los grandes genios del arte literario son aquellos que han acertado a contar el drama que acontece en el corazón del hombre de todos los tiempos: el amor y el dolor, la miseria y la grandeza y la lucha del corazón.

Aprender a leer es aprender a vivir. Necesitamos la curiosidad inicial, que nos empuje a emprender un esfuerzo. Precisamos una actitud de búsqueda de las respuestas a los grandes interrogantes del hombre y de la sociedad. La lectura no es sólo un placer para la inteligencia, porque muchas veces comporta fatiga: para aprender a leer hace falta también aceptar el esfuerzo a los trabajos del espíritu.

Un libro no es sólo un producto, y el lector no es sólo un consumidor. Las lecturas condicionan nuestro modo de pensar; y éste determina nuestra forma de vivir, por eso es fundamental elegir bien. Las decisiones en este campo no son actos moralmente indiferentes, porque las consecuencias no lo son. Hemos de ser prudentes al elegir nuestras influencias. Seleccionar lo valioso, lo que merece la pena, lo que es coherente con mis convicciones. La producción editorial es muy amplia. No todo es valioso y útil. Hay que saber elegir pues la vida es corta y no podemos leer todo. Toda selección lleva consigo una elección y una renuncia.

La persona culta ha acrecentado su saber, lo ha hecho amplio y general, pero al mismo tiempo lo ha organizado: no posee una serie de conocimientos fragmentarios y dispersos, sino que les ha dado orden por medio de la reflexión y eso le permite tener una visión clara y serena del mundo y de la condición humana.

No se cultiva el espíritu atiborrándose de conocimientos poco asimilados. Es preciso discernir y juzgar reflexivamente, de manera que los nuevos conocimientos se integren de un modo orgánico y fecundo en la inteligencia humana, y nos ayuden a crecer en sabiduría. La sabiduría es superior a la cultura pues el sabio sabe quién es, de dónde viene y a dónde va.

“En la ciencia, lea de preferencia los trabajos más nuevos; en literatura haga lo contrario. Los libros clásicos siempre son lo más moderno que encontrará”, escribía el novelista Edward Bulwer-Lytton a un amigo que le consultada sobre lecturas. En efecto, lo mejor es leer a los clásicos: Homero, Cervantes, Shakespeare, Charles Dickens, Dostoyewski, Lope de Vega, Calderón de la Barca….

Dietrich von Hildebrand cuenta que él leyó cincuenta veces el Quijote de la Mancha, libro que este año celebra su IV Centenario. Benedicto XVI dice que su libro favorito es el de las Confesiones de San Agustín. ¿Por qué no leer o releer estas dos grandes obras?

 
Imagen de Bibliotheek Bornem en Pixabay


 

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