Por P. Eduardo Hayen Cuarón

Sonó el teléfono y la señora contestó: «¿quién habla?». Una voz femenina respondió: «sólo te llamo para decirte que tu marido está saliendo conmigo; me dice que ya no te soporta y quiero que sepas que me voy a quedar con él. Tu marido me ama y pronto será mío, y sólo mío»… En esta conversación telefónica descubrimos a un varón que por lujuria ha cometido adulterio, y de una mujer –su amante– que por lujuria se quiere quedar con un hombre que no es el suyo. La lujuria es un virus que afecta las relaciones, arruina los matrimonios y destruye la civilización.

La lujuria está más asociada, generalmente, con el sexo masculino. Las estadísticas señalan que alrededor del 80 por ciento de los consumidores de porno son varones, mientras que sólo el 20 por ciento son mujeres. No es para asombrarse. Estas cifras simplemente revelan algo que es conocido por los psicólogos: los varones somos más estimulados sexualmente por imágenes visuales, mientras que las mujeres son más atraídas hacia el sexo para entablar relaciones emocionales. Por eso se dice que el varón está dispuesto a entregar amor a cambio de sexo, mientras que la mujer está dispuesta a entregar sexo a cambio de amor.

Después del pecado original (Gen 3) entró la lujuria para distorsionar la comunión original de personas en que fueron creados Adán y Eva, nuestros primeros padres. El varón dominado por la concupiscencia dejó de ser un regalo para la mujer y trató de dominarla, poseerla y utilizarla para sus propios fines. Dice san Juan Pablo II: «La relación de donación se transformó en una relación de apropiación». El amor es don; la lujuria es apropiación.

Si las distorsiones del hombre le llevan a irrespetar la dignidad de la mujer y a utilizarla con fines sexuales, las distorsiones del corazón de la mujer la llevan a dejarse utilizar por el varón con fines emocionales. Sin embargo el papa polaco enseña que también en otras ocasiones los instintos que la mujer dirige al hombre preceden los deseos de éste e incluso tienden a despertar esos deseos. En este caso la mujer utiliza al hombre para sus propios fines, tratándolo como un objeto y no como persona.

En mi experiencia de vida sacerdotal he conocido los desastres a los que conduce la lujuria masculina. Generalmente, el hombre termina por pagar caro las consecuencias: vive su vida como un eterno adolescente, saliendo con una mujer y con otra, sin lograr la madurez de ser hombre fiel y comprometido con su familia. En casos extremos llega a perder a su matrimonio y termina como esclavo de sus más bajas pasiones, incluso pagando con cárcel por abusos sexuales cometidos.

También como sacerdote he visto la lujuria femenina. Nunca he conocido un caso de un esposo que llame por teléfono a otro hombre para decirle que es amante de su mujer y que quiere quedarse con ella. En cambio las mujeres sí marcan el móvil de otras mujeres para amenazarlas con quitarles a sus maridos. Incluso son ellas las que pagan mayormente por servicios de magia y brujería con tal de conseguir a un hombre y tenerlo dominado.

Ese dominio sexual violento del varón a la mujer y esa utilización de la mujer para controlar al varón son dos formas de lujuria que destrozan los matrimonios. Sin embargo aunque las relaciones entre hombres y mujeres tengan sus dificultades, no destruyen el llamado que tienen a la unión conyugal querida por Dios desde el principio de la creación, cuando Adán y Eva fueron creados en plena comunión de personas.

En Cristo la lujuria se puede superar. La gracia de su Redención alcanzan todas las esferas de la vida humana, incluida la sexualidad. La amistad con Jesús posibilita la curación y la madurez de las relaciones entre maridos y esposas. Redescubriéndose como regalo el uno para el otro podrán realizar el sentido de su ser y su existencia. Esto es clave para la supervivencia de nuestra civilización.

 

Publicado en blogdelpadrehayen.blogspot.com

Imagen de Engin Akyurt en Pixabay


 

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