El gran Congreso Eucarístico de Estados Unidos, las palabras de san Juan Crisóstomo, la defensa de toda vida
Por Andrea Tornielli – Vatican News
En su discurso de apertura del Congreso Eucarístico de Estados Unidos, en Indianápolis, la tarde del 17 de julio, el nuncio apostólico Christophe Pierre se preguntó en qué consiste el «renacimiento eucarístico». Y también cuál es la prueba de fuego para saber si «se está experimentando un despertar eucarístico». El verdadero despertar eucarístico, explicó el cardenal, aunque «siempre va acompañado de devoción sacramental» y, por tanto, de adoración, procesiones y catequesis, «debe extenderse más allá de las prácticas devocionales».
El verdadero despertar eucarístico, explicó el cardenal Pierre, significa ver a Cristo en los demás, no sólo en la propia familia, amigos y comunidad, sino también en aquellos que sentimos distantes, por ser de una etnia o estatus social diferente, o en aquellos que desafían nuestra forma de pensar, o que tienen opiniones distintas a las nuestras. Estas palabras son particularmente significativas con relación a la polarización que caracteriza a la sociedad estadounidense y de cuya influencia no está exenta la Iglesia en ese gran país.
Las reflexiones del nuncio Pierre traen a la memoria una homilía del gran padre de la Iglesia san Juan Crisóstomo, que decía: «¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que sea objeto de desprecio en sus miembros, es decir, en los pobres, privados de paños para cubrirse. No lo honren aquí en la iglesia con trajes de seda, mientras fuera lo desatienden cuando sufre frío y desnudez… ¿Qué ventaja puede tener Cristo si la mesa del sacrificio está llena de vasos de oro, mientras luego se muere de hambre en la persona del pobre?».
Juan Crisóstomo añadió: «Piensa lo mismo que Cristo, cuando va errante y peregrino, necesitado de un techo. Te niegas a acogerlo en el peregrino y, en cambio, adornas el suelo, las paredes, las columnas y los muros del edificio sagrado… Mientras adornas el entorno para el culto, no cierres tu corazón a tu hermano que sufre. Este es el templo vivo más precioso».
Otro gran obispo, don Tonino Bello, observaba: «Lamentablemente, la ostentosa opulencia de nuestras ciudades nos facilita vislumbrar el cuerpo de Cristo en la Eucaristía de nuestros altares. Pero nos impide ver el cuerpo de Cristo en los incómodos tabernáculos de la miseria, de la necesidad, del sufrimiento, de la soledad. Por eso nuestras eucaristías son excéntricas…».
Pensando en la situación de Estados Unidos, es de esperar que el renacimiento eucarístico conduzca a una mayor atención al cuerpo de Cristo en los «tabernáculos incómodos» de la miseria y la marginación. Y también es de esperar que este renacimiento fomente una atención renovada a la vida y a la dignidad humanas, a la vida débil e indefensa, como la del concebido aún no nacido, el sin techo, el migrante.
Una atención renovada en favor de la vida de quienes se ven diariamente amenazados por la violencia y la difusión incontrolada de armas que se venden con una facilidad impresionante: un azote que aflige particularmente a ese gran país, para contrastar, aunque nunca se hará lo suficiente por parte de los cristianos, es decir, de los seguidores de aquel que en Getsemaní detuvo el impulso defensivo de Pedro ordenándole que volviera a meter la espada en su vaina y, a continuación, volviendo a pegar la oreja del siervo del Sumo Sacerdote herido por el apóstol.
Imagen de National Eucharistic Congress