Por Rebeca Reynaud

El Señor le reveló a Santa Gertrudis la Mayor: “Vuestra oración es sumamente potente y efectiva durante la consagración en la Santa Misa (es decir, en la elevación) … Cada vez que alzas la vista para contemplar el Santísimo Sacramento, tu lugar en el cielo se eleva un tanto más”.

El misterio eucarístico es el centro culminante del cristianismo; por él nuestro Señor permanece con una presencia nueva y singular en el seno de su Iglesia, como Víctima perenne en favor nuestro ante el Padre. Por él somos robustecidos en nuestra peregrinación hasta el Monte de Dios. Y deberíamos buscar, en el silencio, su adoración constante.

Rodolfo I de Habsburgo (1218-1291) en 1273 fue elegido emperador de Alemania y así fundó la casa de Austria. Suya es la siguiente anécdota de cuando era conde: Yendo de camino encontró a un sacerdote, que a pie llevaba el viático a un enfermo. Se tiró del caballo en que montaba, hizo subir en él al sacerdote, y él mismo fue teniendo las bridas hasta llegar a la casa del enfermo, luego dio las gracias y regaló el caballo al sacerdote pues él no se creía digno de montarlo después de haber sido portador de su Dios. Dios lo premió largamente haciéndole saber por un siervo suyo que sería elegido emperador. Su amor al Santísimo se perpetuó en la casa de Austria, heredándolo de su ilustre fundador.

Dios siempre se adelanta, parece como si jugara a sorprendernos. Siempre da un paso más allá de lo que podríamos esperar. Conoce el barro de que estamos hechos y viene a nuestro encuentro. Da de lo suyo, el Pan de la Vida, Él mismo. Jesús promete la vida nueva. La Eucaristía nos habilita para amar con el mismo amor de Dios.

Sucedió hace años, Eduardo Manning, anglicano rico, insatisfecho. Vaga por las calles de Roma. Entra casualmente a la iglesia de San Luis de Francia donde está el Santísimo expuesto. El no cree. Ve a unas cuantas gentes.  Escucha unas palabras: “Este es mi Hijo muy amado”. Cae de rodillas. Más tarde, llega a ser el cardenal Manning.

Jesucristo encarga a los Apóstoles que perpetúen lo que Él ha realizado. Los Apóstoles y sus sucesores son sacerdotes de la Nueva Alianza para hacer presente el sacrificio del Calvario en la celebración de la Santa Misa.

El doctor en teología, Don José Antonio Fuentes, profesor de Navarra, vino a dar un curso a México sobre la Eucaristía, y dijo que todo se resumía en una frase: “El Verbo se hizo carne y habita entre nosotros”.

Una bonita jaculatoria podría ser ésta: “Quédate con nosotros, que anochece”. Los amigos íntimos de Jesús desearían que la presencia suya eucarística permaneciera siempre. Al comulgar podríamos decirle: “Señor, me gustaría tanto que estas santas especies permanecieran en mí hasta mañana, cuando te vuelva a recibir”. Oiremos sin ruido de palabras su contestación: “Haz como si me quedara”.

La segunda Persona de la Santísima Trinidad se ha hecho uno de nosotros para revelarnos la concreta cercanía de Dios. El Verbo asume en su Persona, que es divina, el drama del hombre: el dolor y la alegría, el sufrimiento y la dicha, la amistad y el abandono, el trabajo y el descanso, la fuerza y la tentación. Dios se solidariza con cada uno de nosotros. Se tiene que ir, pero se queda Él mismo. Se queda como Pan eucarístico para que nosotros podamos ser endiosados.

La Eucaristía fue el sueño dorado del Señor. Para profundizar en ello, hemos de pedirle a Dios conocer los sentimientos del Corazón de Cristo. Jesucristo promete la Eucaristía (cfr. cap. 6 de San Juan): Yo soy el Pan de vida. Tiene un realismo tan fuerte que muchos discípulos lo dejan. Ser almas de eucaristía es saber contemplar la Eucaristía para llegar a ser uno con Jesús eucarístico. Si el centro de nuestros pensamientos está en el Sagrario, ¡qué abundantes frutos nos dará el Señor!

 


 

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